viernes, 5 de abril de 2013

El bombón no tiene la culpa

La memoria es caprichosa, cambiante y muy olvidadiza. Hace con los recuerdos lo que le viene en gana, lo cual lleva a más de un episodio amargo, e incluso algún mal trago, rememorando de forma distorsionada el pasado, llegando a cambiar la percepción de cómo ocurrieron los acontecimientos, olvidando.
Se almacenan datos, a los cuales siempre se les enlaza una sensación, un sentimiento, una percepción determinada. Pero según van entrando nuevos datos, inevitablemente se van aposentado encima de los anteriores, tapándolos, dañándolos e incluso haciéndolos desaparecer: mala organización que lo llamarían por ahí.
La memoria es caprichosa, o tal vez lo sea uno mismo. Puedes recordar con total amargura un momento que en su día parecía de lo más amable. Olvidar la felicidad que en su día te proporcionó. ¿Y es justo acaso o conveniente?
Cambiamos con el tiempo, es la forma de avanzar. Pero ¿desprenderse de la parte positiva ayuda en algo? El odio, el rencor, la amargura pesan demasiado como para reemplazarlas por los buenos momentos.

Tan estúpido sería éso como culpar al bombón por haberse terminado, negándole ahora la felicidad que nos proporcionó hace escasamente unos minutos, cuando ya no queda ni rastro de los aromas y texturas que se manifestaban ante los sentidos, cuando ya no está. No se pueden negar ese efímero festival. Ni porque se haya acabado el bombón, ni porque más adelante pruebes mejores festivales. Puede que pierda intensidad por comparación, o valor por acumulación de otros datos que contradicen esa felicidad, pero no se puede negar.

Aun sin negar tal sentimiento, sí que podría culparse al bombón se sus consecuencias negativas: de que tradujera esa felicidad efímera en acumulación adiposa o en carcoma dental. Pero al igual que con la mala organización de la memoria, ésto, una vez más, no es culpa del bombón, no es él quien decide que no hagas deporte, o que no te laves los dientes. 
El bombón no tiene la culpa. Las sensaciones que te generó eran ciertas. El baile de papilas gustativas no se puede negar. Recuérdalo de forma positiva, pues te será más agradable hacer deporte o lavarte los dientes con ese pensamiento en tu mente. Aunque siempre queda la opción fácil de ni probar el dulce. Pero el bombón no tiene la culpa.

martes, 26 de marzo de 2013

No es ni el primero, ni la última

Llega. El momento en el que no ves el horizonte llega. Tu imaginación parece apagada. Tus deseos difusos.
No hay camino claro por el que seguir avanzando. Un momento en el que parece que han quitado el terreno bajo los pies.
Oscuridad, incertidumbre, malestar.
Caminar sin rumbo o, lo que puede resultar peor, no caminar. 


Es el instante en el que dar un paso atrás. No de forma física, ni personal, ni estructural, sino más bien de forma mental, sin dejar de mirar hacia el horizonte que se nubla.
Tras una breve pausa para la recapitulación, se ve más claro: ya hubo más momentos de oscuridad, de incertidumbre. Etapas en las que ni imaginabas dónde estarías ahora. Todo plan realizado en un pasado seguramente habrá mutado, huido o dado la vuelta, para dejar un futuro que no alcanzaban a trazar los bailes de la imaginación.
Te puedes ver a ti mismo en esos otros momentos en los que tampoco divisabas el horizonte de forma clara, ocasiones en que ni lo alcanzabas a ver. Pero conseguiste superarlo. Cruzaste el horizonte. Antes o después la vista se despejó y la luz se coló en tus retinas.

Continúas. Siempre. A mayor o menos velocidad. Con un sentimiento, tal vez, de que no volverás a sentir las emociones que vas dejando atrás, pero continúas. Con la idea de que tal vez la etapa actual es menos excitante que la precedente. Pero lo más seguro es que te equivoques. Continuarás. Y como en otros momentos anteriores llegarás también a ver todas esas etapas anteriores que parecían la cumbre de tu existencia, pero que, poco a poco, se van quedando en etapas pasadas, cada vez más alejadas de las nuevas cotas a las que te llevan los nuevos horizontes.

martes, 12 de marzo de 2013

¿El botón de parada?

El tiempo ni se crea ni se destruye, simplemente transcurre. Este principio hace que el mundo siga incansable a pesar de los acontecimientos a nivel global o individual. No importa la magnitud, la duración o la tipología. No hay posibilidad de pausa.
La vida sigue. Con rumbo o sin él, el tiempo sigue discurriendo inevitable. Tú puedes detenerte, pero no implica que la corriente no te arrastre, o que arrastre a lo que te rodea, mientras el tiempo te desgasta en tu postura estática.
No hay un botón de apagado. Por más abrumadora que resulte la situación no hay pausa.
Podrás, tal vez, ralentizar tu velocidad, con la cautela necesaria para esquivar aquello que no decelera, con la habilidad suficiente para que no se escape aquello que se aleja poco a poco en el horizonte, eso mismo que antes de tu desaceleración se encontraba a tu lado.
No hay posibilidad de pausa. Todo sigue. Nada ni nadie se detiene.
No hay posibilidad de pausa para los que quieren continuar más tarde con el camino intacto. No existe la pausa sin que lo que nos rodea se haya alterado.
No hay pausas válidas para contener todos los planos de la vida.
No hay pausas, a menos que, al reincorporarte, aceptes un contexto distinto. 
A menos que desees una pausa de forma irreversible.

miércoles, 23 de enero de 2013

Fosos y escaleras

Las grandes decepciones vienen precedidas de grandes expectativas.
La capacidad de idear, planificar, en definitiva de imanigar, cincela posibles resultados en base a las evidencias que va recolectando, conjugándolas a la vez con nuestras actuaciones para dar como resultado un futuro beta, hipotético, a la espera de su (deseada) refutación.
Una hipótesis para nada científica que retroalimenta esa hiperactiva imaginación, a la cual se van sumando nuevas visiones de un futuro aún más lejano, sin haber antes comprobado su veracidad.
Un ascenso acelerado hacia la positividad, el entusiasmo, el idealismo, que puede caer en picado en el momento menos pensado hacia la decepción, malestar y desasosiego.

Aunque no siempre ese ascenso se hace sobre humo, en ocasiones son grandes rocas (comprobada su dureza previamente) las que se han ido depositando en forma de escalera, para pasar un día a convertirse en polvo, lo que provoca que tu siguiente paso se precipite hacia el vacío.
Idealizado o no, tal vez el paso por los dos extremos de altitud sea causado por un equilibrio necesario que deba darse, compensando así fosos y escaleras, felicidad y desdichas.

Un recorrido de altibajos que tal vez, sólo por los ascensos, merezca más la pena que el tedio de la planicie insulsa, sirviendo de recordatorio de la altura para iniciar de nuevo el ascenso cuando nos toque estar en las profundidades, aunque hayan sido paradójicamente esos pisos de más, los que nos hagan ver más profundidad en el sótano.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Que se colapsen tus sentidos

Nos hacen creer que tenemos la capacidad de elegir, que tenemos libertad. No siempre se cumple. Son muchos los condicionamientos externos que moldean o distorsionan los planteamientos iniciales que tenemos: el contexto personal, el momento histórico, las restricciones legales, sin contar con la situación económica o el estado de salud.
A pesar de todos esos condicionamientos, que pueden resultar una traba de primer orden, lo que sí es cierto es que siempre hay un margen para la elección, por lo menos determinados campos donde la libertad puede desarrollarse. Oportunidades de felicidad únicas o suplementarias, al fin y al cabo.
En esos pequeños recovecos, en decisiones que parecen mínimas, es donde debemos recapacitar y huir de las presiones que en otros ámbitos nos ahogan. Ahí podemos elegir. Es cuando somos responsables últimos de nuestra felicidad. 
A veces son contadas éstas oportunidades, por ello no merece la pena malgastarlas. Es necesario arriesgarse. Sopesar cómo maximizar nuestra felicidad en esos instantes, con esas decisiones, en esos espacios.
Para unos pocos halos de libertad que se nos presentan, analizar si lo que haces logra el nivel máximo de tu felicidad es prioritario. Sin pensar demasiado, sin buscar razones, simplemente sintiendo. Sólo hay una respuesta adecuada tras esa reflexión: que aquello que sí puedes elegir colapse tus sentidos, en un estallido de felicidad. Si eso no ocurre, deja de perder el tiempo.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Nueva lengua

A veces es instantáneo: llevas años preparándote, escuchándolo, oyendo hablar de él, pero nunca te has atrevido a hablarlo. Un día, sin forma de pararlas, las palabras llegan a tu boca. Y de repente te das cuenta de que has aprendido un nuevo idioma. 
Un sin fin de información se agolpa ante tus sentidos. Miles de datos a la espera de ser comprendidos, analizados, se cuelan a través de tus poros para incorporarse a tus conocimientos. Entiendes problemas que antes no entendías, conversaciones que anteriormente no podías escuchar, sonidos que ignorabas, sensaciones que creías inventadas, quizá, incluso, soñadas.
Tu mundo ahora parece más grande, o por lo menos más variado y con mayores posibilidades. Tu concepción sobre el mismo cambia. Tu forma de verlo se altera. Nueva información completa el mapa que creías finalizado.
Una saturación cognitiva que, sin llegar al colapso, te empuja hacia nuevos horizontes de percepción, otras inquietudes. Ansia por experimentar el mundo bajo la mirada que acaba de ser ampliada. Todo provocado por una nueva lengua. Un elemento que hace estallar todas tus creencias anteriores. Pero no, tal vez no se esté hablando aquí de lenguaje o tal vez sí. Quién sabe si fue esa nueva lengua quien hizo estallar todo.

domingo, 26 de agosto de 2012

La economía en tiempos de felicidad

Las hormonas de la felicidad hacen que nos olvidemos de la economía. Cuando éstas rondan por nuestra cabeza y sus efectos se dejan notar en nuestro ánimo, el altruismo inunda nuestra existencia.
No hay costes, no hay kilómetros, no hay horas, no hay pérdidas. Cualquier esfuerzo por la persona de al lado se torna placer: da igual lo poco que se duerma con tal de compartir tiempo con ella; los kilómetros que haga falta recorrer; la de tiempo que inviertas escuchando sus historias; el dinero de aquel regalo perfecto.
Pero en cuanto la hormona deja de ser segregada, los conocimientos en economía parecen abalanzarse en masa contra nuestro raciocinio. Es entonces cuando empezamos a razonar y racionar el uso que hacemos de nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestra paciencia. A menores niveles de felicidad, cada acto se convierte en una inversión que parece no dar el rendimiento deseado.
Y la economía termina de hacer su gran aparición en escena cuando la felicidad se torna odio, decepción o traición. Cada inversión realizada, que parecía ya saldada y olvidada, vuelve a la mente cual cobrador para ser acoquinada. No se perdona un segundo, un metro, un céntimo. Queremos pasar la factura de nuestras inversiones, a pesar de que, en la mayoría de los casos, esa extensa factura que la felicidad antes escondía, jamás llegará a ser cobrada. Vemos cómo toda nuestra inversión se pierde, se esfuma, sin dejar si quiera una retribución aparente en el primer momento.
Pero precisamente cuando la economía está más presente, es el momento de hablar de verdad en términos económicos mirando más allá de nuestras inversiones. Fijarse en la economía de la otra persona. Ver, no ya lo que invirtió en nosotros para llegar a una meticulosa comparación, sino, tal vez, las ganancias que dejará de percibir. Es el momento preciso para preguntarse: ¿has obtenido pérdidas tú con la otra persona en el pasado,  o será la otra persona quien empiece a partir de ahora a tener pérdidas con tu marcha?