jueves, 16 de diciembre de 2010

Anáfora olvidadiza

Hoy ya no piensa en ti.
Se le han olvidado tus ojos, tu sonrisa, tus manos.
Hoy ya no piensa en ti.
Ya no intenta recordar tus gestos, tus costumbres.
Le queda, quizá, el poso de la sensación placentera de tu compañía.
Un escalofrío que recorre su memoria, insustancial, etéreo, desdibujado.
Hoy ya no piensa en ti.
Barrió los pedazos de las esperanzas y sueños rotos.
Hoy ya no piensa en ti.
Ya ni siquiera lo intenta.
En el primer rincón del olvido y en el último de su recuerdo almacena una sombra de lo que un día fue tu presencia.
Hoy ya no piensa en ti.
O por lo menos, eso te susurra al oído esta voz imaginaria.
Hoy ya no piensa en ti.
O eso debería ser, te reiteran incansables tus pensamientos atolondrados entre los recuerdos.
Debería ser así, te dice esta voz, porque dejaste que se fuera.
Porque hoy no debería pensar en ti.
Aunque en lo más profundo de tu conciencia esperes que no sea así.
Desengáñate.
Hoy no debería pensar en ti.
Hoy ya no piensa en ti.
Hoy no se acuerda de ti.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Enseña los dientes

Cuando el día se levanta torcido, se intenta enderezar con la mejor de tus sonrisas, pero a veces la labor es complicada. Las circunstancias pueden llegar a convertir este acto en la más ardua de las tareas. Los músculos se entumecen por las desavenencias, la piel se vuelve más tirante de lo normal con las malas noticias, la mandíbula se desencaja con el mínimo movimiento. Sólo el hecho de intentarlo ya desanima aún más. Algo a simple vista tan pueril se torna la más enrevesada de las pericias.
Tú lo intentas, sumergiéndote en recuerdos de momentos pasados, en canciones que consigan despejar todo velo de desidia, en la actividad de algún desconocido que pasea por la misma calle que tú. Y cuando nada de eso funciona, cuando lo has dado todo por perdido y preparas el ceño para fruncirlo con tal fuerza que no se mueva ni un milímetro durante toda la jornada, es cuando por fin ocurre.
Un mirada en medio de una algarabía de peatones, se cruza con la tuya. Entre decenas de cabezas borrosas ves claramente unos ojos en los que se acentúan unas efímeras patas de gallo que te miran con una sonrisa inexplicable. El efecto entonces es inmediato. Tus ojos cobran un brillo casi mágico, y una sonrisa se instala ampliamente en tu rostro dejando ver perfectamente alineadas todas tus piezas dentales.
Ni el desconocido ni tú sabéis cómo ha ocurrido, pero en un instante el mundo se torna un poco más amable. A punto de soltar una pequeña carcajada por el desconcertante pero gratificante encuentro de miradas, sigues tu camino mirando hacia el suelo intentando esconder una sonrisa que cada vez parece dilatarse más. Y según continúas hacia tu vida, la sonrisa se va destensando pero sin llegar a desaparecer, permaneciendo en tu rostro, ya con mínimos esfuerzos, durante el resto del día.