lunes, 30 de enero de 2012

Controlar, amoldar, vigilar

Control. 
Atrapa. A unos más que a otros, pero siempre para activarlo en otros desde la poltrona. Filia de voyeuristas poseedores que se torna en fobia de receptores subyugados.
Capacidad de control. 
Tenerla a cualquier nivel causa un halo de fortaleza que se expande según se magnifica el campo de aplicación. Sustentarlo o detentarlo. Merecido o violado. Sentirlo fluir satisface los deseos más sadistas que se puedan presentar. Da igual que quien tenga el control sobre eso otros no tenga la capacidad necesaria para su manejo. Esa capacidad, sin mirar en quién, se aferra a las manos como una enredadera y se adhiere a la persona cual parásito con piel de siervo, absorbiendo hasta el último ápice de sentido.
Control sobre los demás.
Quien lo posee no duda en utilizarlo. No tiembla al hacer ostentación de su posesión. Despreocupándose de su correcta aplicación, lo pondrá en práctica porque lo posee, por la simple potencialidad de imponerlo. Si no lo hace, lo llamará concesión para con los otros.
Controlar.
Poder hacerlo tiene un efecto tan perfomativo que se interioriza, se legitima de forma subjetiva. La sensación casi se convierte en poco tiempo en algo tan necesario como el aire, algo naturalizado, un proceso fisiológico más. Y tanta tensión causa su ausencia que el simple hecho de que se arrebata se torna en drogadicción buscando una nueva dosis, una herida abierta expuesta a una cura con alcohol etílico. Un golpe imposible de encajar.
Amoldar.
La interiorización casi naturalizada en quienes lo ejercen por mandato superior inamovible, hace que a quienes se le impone lo acepten como una causalidad inevitabilidad. A veces no desde una persona de forma directa, sino desde un instrumento que se presenta inocente. Cualquier elemento puede tornarse colaborador silencioso, aunque diseñado para someter a las intenciones de quienes los dotan con tal papel. 
Vigilar.
Ejercer ese papel para hacer efectivo un patrón acomodado a las intenciones de quienes controlan. Evitar la desviación de un camino prepautado. Un único camino posible para los objetivos establecidos.

Controlar, amoldar, vigilar. Los pasos del plan trazado.


jueves, 19 de enero de 2012

No a la sopa polisémica

Siempre me gustó Mafalda, sus ideas, su ironía, su humor constante para tragar cualquier dificultad. Sólo hay una cosa que sí que me gusta, pero que ella detesta:la sopa. Aunque en los últimos meses la polisemia en letras capitales y acotadas por puntos me esté causando un gran rechazo hacia el término.

La histeria por la ruptura del modelo totalitario de la minoría contrasta con la satisfacción de la mayoría que se encuentran en su mejor momento, en cuanto a posibilidades de accesibilidad al conocimiento, que ha vivido en su historia.
¿Desde cuándo la difusión de conocimientos es un delito? ¿Desde cuándo la cultura no ha querido ser difundida y conocida allende las fronteras -muros que por otro lado hoy en día se diluyen-? Por su puesto que hay que luchar contra el lucro a costa del trabajo y esfuerzo de los demás, pero por eso es necesario legislar. No en base a las creencias del pasado. El mundo no es el que era, ya es otra cosa. No es válido definirlo en términos ya obsoletos. Hay que redefinirlo. Por ello se requieren nuevas regulaciones a los flujos del conocimiento pero basados en nuevas estructuras que se adapten a las lógicas actuales.
Es muy importante por ello que se vigile de forma cuidadosa quién nombra este nuevo mundo envuelto en un proceso constante de cambio. Y mucho más, controlar cómo se nombra.
Regulación sí, pero en beneficio de todos: protección para creadores, accesibilidad para el resto. 
Pensemos en términos de difusión. Repensemos. Reconstruyamos. Hay una forma. En el consenso y en la apertura de miras está la clave. Un nuevo modelo, o mejor, nuevos modelos de aplicación.
Todo esto no es nuevo, pero se hace necesario difundir el mensaje (que además éste no está sujeto - de momento- a ningún derecho de autor). No ya para que penetre en la sociedad, sino para que esos que quieren seguir teniendo el control de los contenidos sean conscientes de que sus años de regulación autoritaria han terminado.

Algunos amigos de la blogosfera están llevando a cabo el cierre temporal de sus páginas (como Andrés León con su página sobre la actualidad tecnológica y las nuevas tendencias en este campo), a modo de protesta por las nuevas leyes que pretenden regular este espacio virtual. Este espacio de las posibilidades nunca antes imaginadas. 
Desde "A tecla descubierta", agradezco este tipo de acciones, ya que por la filosofía del blog me veo forzada a no hacerlo, de momento. Espero que no tenga que llegar el día en que tome esas medidas (o que los de arriba la tomen por mi, por 'saltarme las normas que ELLOS han impuesto). Confío en la sensatez de esos de arriba, aunque sólo sea por las pérdidas económicas que una ley de ese tipo les generaría y nos tomen en cuanta a estos de abajo, para poder estar todos en el mismo nivel.
Ilustración de Eduardo Salles, publicado en Letras Libres (Diciembre de 2011) y posteado en su página www.cinismoilustrado.com

martes, 17 de enero de 2012

Necesitas un reflejo


Necesitas respuestas. No sólo las utópicas a las cuestiones ontológicas, sino respuestas a tus actos. No hay acción desinteresada, pues aquella que no espera respuesta también espera un tipo de respuesta igualmente. Necesitas una consecución de tus actos. Necesitas respuestas. Ver aunque sea de las más variadas formas, una respuestas a las acciones que vas realizando. Un estímulo de vuelta. Un efecto. Sea cual sea, y manifestada de la forma que sea oportuna. No puedes admitir que tus actos no modifican tu entorno, no deberías admitir que tus movimientos no tienen que generar respuestas. Los pasos que vas dando, aportando, compartiendo, deben tener un sentido, una consecuencia, una modificación en los que te rodean.
Buscas retroalimentación. Porque ese punto también es importante. No eres un mero catalizador. No puedes pretender que esas respuestas no te afecten. Afectan, e incluso la falta de respuesta -por más que no sea esperada- puede ser más efectiva que cualquier avalancha de estímulos de regreso. Para bien o para mal. Pero no dejarán de moldear tus pasos siguientes.
Necesitamos respuestas, señales, modificaciones. O esperar a que nada de eso ocurra, que ya es una consecuencia como las primeras. Necesitamos un reflejo con el que seguir guiando los pasos. Las acciones de los otros nos sirven de espejo. Cóncavo, convexo o esmerilado, pero ahí están. Devolviéndonos una imagen con la que generar nuestra próxima acción. No como un corrector,  no como un adulador, sino como la luz que nos da la pista para nuestra siguiente decisión en el camino.

jueves, 12 de enero de 2012

La experiencia mediada y perdida del 'Te quiero'

"Te quiero mucho", una oración más que conocida, manida y maltratada  por el uso inapropiado que se le da en ciertos casos. Tres palabras (a veces dos o tal vez más, en función de los ambages escogidos), casi naturalizadas e instauradas en nuestra sociedad occidental como algo básico, necesario y hasta útil.
Esa sociedad que parece gestarlas, nos enseña estas palabras mágicas. Pero no sus esfuerzos no quedan ahí, nos hace interiorizarlas, casi como algo innato, que nos venden como atribuibles a un selecto grupo de personas, de quienes podemos y debemos esperar oírlas. Hasta los 'mercados', omnipresentes, nos ofrecen mil variedades, formas y precios ajustados a todos los bolsillos para expresar esa tríada casi mágica.
Es -o eso se pretende- una oración demandada, obligada y natural.
Pero cuando una persona, una -por supuesto- de ese selecto grupo marcado por la sociedad como indicada para decirlo, te dice "te quiero mucho", y tú, no sólo te sorprendes porque es la primera vez que recuerdas habérselas oído -aunque las supieras sin que las hubiera pronunciado-, sino por la agudeza que experimentan tus sentidos por la resonancia que causan, por la aceleración de conexiones neuronales a las que se llega en busca de algo parecido en el resto de tus experiencias, y por el desencadenamiento de reacciones psíquico-físicas que experimenta tu cuerpo, es cuando caes en la cuenta de que esas tres palabras no son algo tan establecido, esperable ni mucho menos cotidiano.
La información que circula a nuestro alrededor ha mediado demasiado en nuestras experiencias, nos han dicho tantas veces cómo 'son' las cosas, que dejamos esas experiencias en manos de lo que nos han contado. Con un cierto aturdimiento de no saber si se ha soñado, se ha vivido, o simplemente se ha escuchado una experiencia concreta.
Cuando desconectas de lo que 'se supone que ocurre', comienzas a recuperar esa experiencia pura (tantas veces investigada en los campos pertinentes) que un día las informaciones que nos median intentaron arrebatarnos, explicándonoslas como vacuna de lo que sería, o como sustituto de lo que jamás sentiríamos. Una experiencia pura que no es comparable, explicable y cuya verbalización en dos, tres o más palabras, parece una burla de lo que en realidad esconde.