sábado, 12 de mayo de 2012

Trueque altruista

La Naturaleza parece mantener todo bajo un equilibrio místico. Ciclos, compensaciones, intercambios, ósmosis. Un devenir organizado, dentro de lo que a ojos poco analíticos pareciera ser un caos de vida. Imprime ese afán de equilibrio en todos sus procesos, en todos sus organismos.
Ni siquiera el ser humano, su hijo díscolo, se queda fuera, a pesar de que esta especie mal copiara este afán de equilibrio.
Intentó mantener estos procesos de intercambio, de compensación, pero el desarrollo del clan humano llegó a tal punto, que los flujos cayeron bajo la regulación del dinero. Ya no había intercambio, sino compra-venta. Todo podría ser tasado, todo podría ser comprado, vendido, con la única condición de reducir su conjunto a una cifra.
Dejó de percibirse el intercambio como un equilibrio natural para pasar a ser un interés comercial. El trato no era posible si una de las dos partes no ingresaba una cifra monetaria pactada. Ya no valían las aproximaciones, los intercambios a otro nivel. Por el camino se perdía el trueque, única vía posible para el altruismo. La recompensa no podía ser otra que un puñado de monedas.
Nos hemos desconectado de los equilibrios naturales y no vemos más que las acciones en función de sus recompensas económicas. A veces se intenta salir de este molde, siempre ante el peligro de ser fagocitados por aquellos otros encorsetados.
No se atiende al intercambio de emociones, de sentimientos, incluso de energía. El valor pecuniario recubrió a todo acto y objeto de una laca impersonal, despojándonos de todos esos intercambios que esconden tras de sí.
Foto: Susana Molina - Dulzura
No es el dar sin esperar nada a cambio, sino todo lo contrario, actuar para obtener aquello, más allá del dinero, que nos dé una razón para seguir. En este sentido, incluso, ser egoístas, egoístas para la satisfacción personal. Actuar porque creemos que es lo que tenemos que hacer. Actuar porque sabemos que tendremos una recompensa personal. Actuar porque nuestras acciones repercutirán de forma positiva en terceros y quién sabe si en cuartos y quintos. Actuar porque sabes que un día alguien actuará de la misma forma contigo, o en base a los mismos criterios.
Y no, el alquiler no se paga a base de recompensas personales. En el supermercado no se puede pagar en caja con buenas intenciones. Un empleado no trabaja a cambio de que le ingresen sonrisas en la cuenta bancaria. Pero ese es el problema, que hay cosas que no cuestan (ni deben costar) dinero, y son aquellas que no somos capaces de ver. Aquellas que ignoramos y nos dejan de parecer importantes.
Hay intercambios en los que no debe intervenir un valor pecuniario, sino algo mucho menos terrenal, pero quizá más fácil de conseguir. Las mayores satisfacciones las pueden dar esos pequeños gestos que no tienen intención de sacar la cartera para llevarse a cabo.
El fallo en el que nos vemos inmersos es pensar que podríamos comprar una conversación, una sonrisa, el reconocimiento, una mirada, cuando todas estas cosas se consiguen en un intercambio, dentro de esos trueques altruistas, que el dinero nos veló para no ver. El fallo está en pensar que no necesitamos esos gestos, esas sonrisas, esos reconocimientos, esas miradas, como recompensa a nuestro devenir, como moneda de cambio, dentro de los trueques para el desarrollo de nuestra satisfacción personal.