domingo, 26 de agosto de 2012

La economía en tiempos de felicidad

Las hormonas de la felicidad hacen que nos olvidemos de la economía. Cuando éstas rondan por nuestra cabeza y sus efectos se dejan notar en nuestro ánimo, el altruismo inunda nuestra existencia.
No hay costes, no hay kilómetros, no hay horas, no hay pérdidas. Cualquier esfuerzo por la persona de al lado se torna placer: da igual lo poco que se duerma con tal de compartir tiempo con ella; los kilómetros que haga falta recorrer; la de tiempo que inviertas escuchando sus historias; el dinero de aquel regalo perfecto.
Pero en cuanto la hormona deja de ser segregada, los conocimientos en economía parecen abalanzarse en masa contra nuestro raciocinio. Es entonces cuando empezamos a razonar y racionar el uso que hacemos de nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestra paciencia. A menores niveles de felicidad, cada acto se convierte en una inversión que parece no dar el rendimiento deseado.
Y la economía termina de hacer su gran aparición en escena cuando la felicidad se torna odio, decepción o traición. Cada inversión realizada, que parecía ya saldada y olvidada, vuelve a la mente cual cobrador para ser acoquinada. No se perdona un segundo, un metro, un céntimo. Queremos pasar la factura de nuestras inversiones, a pesar de que, en la mayoría de los casos, esa extensa factura que la felicidad antes escondía, jamás llegará a ser cobrada. Vemos cómo toda nuestra inversión se pierde, se esfuma, sin dejar si quiera una retribución aparente en el primer momento.
Pero precisamente cuando la economía está más presente, es el momento de hablar de verdad en términos económicos mirando más allá de nuestras inversiones. Fijarse en la economía de la otra persona. Ver, no ya lo que invirtió en nosotros para llegar a una meticulosa comparación, sino, tal vez, las ganancias que dejará de percibir. Es el momento preciso para preguntarse: ¿has obtenido pérdidas tú con la otra persona en el pasado,  o será la otra persona quien empiece a partir de ahora a tener pérdidas con tu marcha?

domingo, 12 de agosto de 2012

Posibilidades de una piedra

Todo el mundo puede agacharse al suelo y recoger una piedra para tirarla a continuación: a un estanque produciendo más o menos saltos; a quien ose entorpecer su camino; al horizonte rompiendo así el silencio de su rabia. Lanzar, desahogar la fuerza, destruir. Son actos sencillos que no requieren de mayor esfuerzo que el que se imprime al lanzar la piedra.
Pero no todo el mundo estaría capacitado para coger esa misma piedra y pulirla, esculpirla. Hacer algo productivo con ella: una herramienta, un muro, una obra de arte.
Bastante menos gente estaría dispuesta a ser constructivos a base de una piedra que ha sido lanzada por aquellos primeros en un acto de deliberada destrucción.
Y con muchos menos se podría contar para que le ayudasen a uno de forma desinteresada a sacar algo productivo de esa piedra.

No todo el mundo está predispuesto a construir, a colaborar, a participar en el refuerzo positivo. Requiere de templanza, paciencia, conocimiento, reflexión, práctica, tiempo... Es más costoso a corto plazo construir que destruir, y mucho más cansado física, anímica y mentalmente. Pero todos tenemos la potencialidad de llegar a cualquiera de los casos anteriormente expuestos.
Es ahí donde se marcará la diferencia: en las capacidades que queramos desarrollar, en nuestros planes de futuro.
Lo que hagamos con las piedras que nos encontramos definirá en lo que convertiremos el entorno en el que nos encontramos, demarcará las capacidades que nos identificarán.

Y quien dice una piedra, dice un cuchillo, una red social, un clase repleta de alumnos, una sociedad que se gobierna, una familia que se forma, un gesto que se manda. En cada movimiento se inserta la posibilidad de cada persona de desarrollar las potencialidades propias, así como las del objeto, concepto, elemento, ser que se porte entre las manos, siendo responsables últimos, en conjunto, del entorno que se genera.