Las personas no somos animales racionales, o por lo menos no nos guiamos por patrones lógicos de conducta que cabrían esperar de un raciocinio equilibrado. Tenemos actitudes delirantes cuyas reacciones son aleatorias y dependientes de elementos externos, volubles a las circunstancias. El blanco podría tornarse al más oscuro tizón si el estado anímico no es el más deseado, por ejemplo. Inexplicables para los ojos ajenos pero que configuran un orden perfecto dentro de nuestras vivencias.
Estos cambios anímicos y emocionales pueden hacer que traicionemos nuestros más estables valores, creencias, decisiones, gustos musicales. Y es que es curioso este último caso. A pesar de que han demostrado las ligaduras entre las matemáticas y la música, las lógicas de la primera a veces no alcanzan a los efectos de la segunda. Ya podemos tener el mejor gusto musical del mundo, la mejor colección de música con sus discos originales, ediciones limitadas o temas inéditos, que como una canción de esas que llaman comerciales se nos pegue como el más molesto de los soniquetes por una buena experiencia así como por recomendación de alguien importante, no hay escapatoria de tirar al traste todos nuestros criterios musicales mientras escuchamos casi en un estado de aturdimiento esa canción una y mil veces.
Pero afortunadamente este proceso no sólo se produce con esa música menos buenas, sino que puede ocurrir con temas ya conocidos y de aceptable valor musical. Ocurre sin que nos percatemos de ello. Casi a escondidas, ganando terreno a nuestra conciencia sin que haya lugar a la retirada. Sin más, esa melodía se instala, se acomoda y marca su sitio.
Porque un día escuchas una canción de forma diferente, aunque ya la hubieras escuchado antes, y se convierte en una canción especial, inolvidable, de la que no puedes prescindir, sin la que no comprendes el resto de canciones y con la que no recuerdas cómo era tu biblioteca musical antes de su llegada. Sin una base lógica de procedimiento, como un cataclismo que te ciega a la vez que te colma de una sensación similar al placer... un romance en toda regla.
Poca gente le da el verdadero valor que tiene a la música y lo influenciable que puede ser en nuestro comportamiento.
ResponderEliminarEnlazando con tu anterior post, la música puede ser una de esas señales, que nos llevarán al recuerdo, para sumergirnos en ese momento inolvidable.
Pero también puede ser el suplicio más grande del mundo cuando alguna musiquilla, se introduce en la cabeza y no puedes dejar de tararearla, por muy mala que sea (véase We No Speak Americano)y es que de tanto oírla ...Pues eso, sufres amargamente al no poder despojarte de ella.
Beso