Dicen que las promesas, las palabras así como los recuerdos se los lleva el viento. ¡Pero qué manía con echar la culpa a la meteorología!¡Si lo que nos falla es la memoria! Y lo que a veces alimenta esa falta de memoria es la dejadez.
Por ello, por miedo a los vendavales, se tiene la creencia de que todo lo que queda por escrito perdura, como si el acto de plasmar las palabras en un papel, en una pantalla de ordenador, o incluso en la piel fueran garantía directa e ineludible de cumplimiento. Pero nuevamente lo que hará que se cumpla o no, vuelve a ser la memoria, ese elemento que nos falla.
Lo que sí se puede afirmar entonces es que, a pesar de las condiciones atmosféricas, la culpa es del tiempo, sí, pero no del meteorológico, sino del lineal que consigue, en su intento por alcanzar una meta hipotéticamente sempiterna, atraer al olvido.
Tenemos una memoria traicionera, aunque quizá sea por economía de espacio o por una especie de mutación para adaptarnos mejor al medio para sobrevivir, para seguir con nuestras vidas por más cosas que hayamos vivido, sean buenas o malas. Y he aquí el fallo: vivimos momentos indescriptibles, leemos pasajes inolvidables, escribimos relatos inimaginables, vemos escenarios inalcanzables. A pesar de todos estos calificativos, esas partículas de recuerdos tienden a olvidarse, aunque en realidad no las olvidamos, simplemente están en estado de letargo hasta que un gesto, un olor, un sabor, una mirada, o el hecho de abrir un cajón y encontrárnoslas de frente, hacen que las traigamos de nuevo a un primer plano. Esta vez de una forma mucho más intensa. Un latigazo en la memoria con el que se reviven en escasos segundos todo un mundo de sensaciones anteriormente disfrutadas. Un reencuentro fugaz que terminará con la vuelta del recuerdo a su anterior estado de hibernación, comenzando un círculo vicioso, gracias al cual, quizá, sigamos conservándolo.
Podemos escribir nuestros pensamientos, nuestras promesas, nuestros recuerdos, cualquier cosa que se nos pase por la cabeza. A pesar de ello, caerá en el olvido si lo dejamos hibernar durante mucho tiempo, o peor, si no recordamos la finalidad para la que lo escribimos, aun teniéndolo todos los días delante del mismo espejo en el que nos peinamos.
El olvido puede ser un arma contra aquello que nos afectó, el inconveniente se da cuando por una mala selección, también se arrambla con los grandes momentos que torpemente hacemos llamar "inolvidables". La Naturaleza es sabia, por el contrario, sus acciones tienen razones que nuestra memoria no entiende.
Pero por más recuerdos que el tiempo intente borrar, siempre podremos servirnos de un catalizador que los vuelva a llamar a nuestra memoria, porque, pensándolo bien, el olvido es el mejor defecto genético que nos podría haber concedido la Naturaleza, pues no más sano es el rencor y el anclar nuestro futuro a un pasado que no podemos cambiar.
La memoria es selectiva cariño.
ResponderEliminarNuestro cerebro, es casi..perfecto. Por eso hay momentos y circunstancias en las que caemos con el paso del tiempo (que no el meteorológico) en el olvido, y por muchas señales que pongamos para acordarnos de ese suceso en particular....no lo recordaremos a no ser que escarbemos hondamente en nuestro recuerdos.
Por eso almacenamos recuerdos,para que de vez en cuando, cuando lo necesitemos, no antes, tengamos donde recurrir y acordarnos de los momentos inolvidables sean buenos o malos.
Muy buena reflexión. Me gusta
beso