A veces es instantáneo: llevas años preparándote, escuchándolo, oyendo hablar de él, pero nunca te has atrevido a hablarlo. Un día, sin forma de pararlas, las palabras llegan a tu boca. Y de repente te das cuenta de que has aprendido un nuevo idioma.
Un sin fin de información se agolpa ante tus sentidos. Miles de datos a la espera de ser comprendidos, analizados, se cuelan a través de tus poros para incorporarse a tus conocimientos. Entiendes problemas que antes no entendías, conversaciones que anteriormente no podías escuchar, sonidos que ignorabas, sensaciones que creías inventadas, quizá, incluso, soñadas.
Tu mundo ahora parece más grande, o por lo menos más variado y con mayores posibilidades. Tu concepción sobre el mismo cambia. Tu forma de verlo se altera. Nueva información completa el mapa que creías finalizado.
Una saturación cognitiva que, sin llegar al colapso, te empuja hacia nuevos horizontes de percepción, otras inquietudes. Ansia por experimentar el mundo bajo la mirada que acaba de ser ampliada. Todo provocado por una nueva lengua. Un elemento que hace estallar todas tus creencias anteriores. Pero no, tal vez no se esté hablando aquí de lenguaje o tal vez sí. Quién
sabe si fue esa nueva lengua quien hizo estallar todo.