Necesitas respuestas. No sólo las utópicas a las cuestiones ontológicas, sino respuestas a tus actos. No hay acción desinteresada, pues aquella que no espera respuesta también espera un tipo de respuesta igualmente. Necesitas una consecución de tus actos. Necesitas respuestas. Ver aunque sea de las más variadas formas, una respuestas a las acciones que vas realizando. Un estímulo de vuelta. Un efecto. Sea cual sea, y manifestada de la forma que sea oportuna. No puedes admitir que tus actos no modifican tu entorno, no deberías admitir que tus movimientos no tienen que generar respuestas. Los pasos que vas dando, aportando, compartiendo, deben tener un sentido, una consecuencia, una modificación en los que te rodean.
Buscas retroalimentación. Porque ese punto también es importante. No eres un mero catalizador. No puedes pretender que esas respuestas no te afecten. Afectan, e incluso la falta de respuesta -por más que no sea esperada- puede ser más efectiva que cualquier avalancha de estímulos de regreso. Para bien o para mal. Pero no dejarán de moldear tus pasos siguientes.
Necesitamos respuestas, señales, modificaciones. O esperar a que nada de eso ocurra, que ya es una consecuencia como las primeras. Necesitamos un reflejo con el que seguir guiando los pasos. Las acciones de los otros nos sirven de espejo. Cóncavo, convexo o esmerilado, pero ahí están. Devolviéndonos una imagen con la que generar nuestra próxima acción. No como un corrector, no como un adulador, sino como la luz que nos da la pista para nuestra siguiente decisión en el camino.
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