Juzgar a los demás. Es tan divertido y reconfortante. Por no decir la cantidad de conversaciones que puede llenar. Siempre a los otros, siempre a los de fuera y por supuesto a los de arriba. Todo acto "moralmente no aceptable" que se realice a gran escala está considerado como un acto punible de ostracismo que jamás debería escapar, pero que lo hace. Aunque si dicho acto se lleva a cabo a baja escala, en un ambiente familiar, pasa -y debe pasar- desapercibido a ojos de cualquier viandante o curioso.
Y ¿tendría que ser acaso menos condenable por su envergadura o deberíamos fijarnos más en el fin último de la acción, que tanto para el coloso como para el menudo, se convierten, en esencia, en lo mismo?
Nos indignamos, manifestamos, vociferamos por la especulación inmobiliaria que juega con el ladrillo, dentro de las normas del juego capitalista de la oferta y la demanda, con el objetivo de sacarle rentabilidad a una compra previa. Otra ración de lo mismo para la bolsa, ya se sitúe en Madrid o en Wall Street. Pero la escalera va bajando y tiene rellano en todos los pisos, lo que ocurre es que cuando más se acerca al suelo, menos grave es la caída, y por ende, menos grave parece resultar. La especulación se libra también en otras cotas: en las tiendas que aumentan el precio de sus productos aprovechando las celebraciones navideñas, bajándolos luego hasta descuentos fluctuantes; en la compra de entradas para un espectáculo al que ni se piensa asistir, pero que se compran porque, gracias a esa demanda movida por las pasiones, aumentarán su valor en cifras desorbitadas. Movimientos de dudosa legalidad, al fin y al cabo, maquinados en la maraña de esas leyes del mercado que parecen justificar todo acto.
Sólo varía la escala, pero el fin es el mismo. En este plano, asusta pensar que lo único que nos limita no es nuestra ética, sino el poder adquisitivo o la facilidad de acceso a determinados bienes.
Al final tenemos, en un campo mayor o menor, el control sobre objetos físicos cuyo valor etéreo puede modificarse con la jugada adecuada. Juego, o más bien duelo de espadas entre la oferta y la demanda que deja en manos de su pugna el destino del valor pecuniario de cosas tan básicas, a veces, como son los alimentos, o tan gratificantes, en otras, como un acontecimiento cultural.
La ética no sólo debería aplicarse a los grandes movimientos, sino a toda la escala. Y huelga remarcar la importancia de no perder esa ética conforme se aumenta dentro de esa escalera, por la que a día de hoy -salvo plausibles excepciones- parece resbalar y caerse.
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