Vivimos en un fluir de estereotipos o quizá en un intento constante por esquivarlos. Nos atraviesan, hacemos uso de ellos, a veces hasta nos engañan bajo un halo de supuesta rebeldía frente al sistema establecido. Pero admitamos que, al final, hacemos lo que queremos con ellos. Si los aceptamos, los incorporamos a nuestro hacer cotidiano de forma naturalizada. Si los negamos, vemos a cualquier cosa (objeto, situación, persona) que se nos acerque con un mínimo de ese estereotipo como armas corrosivas. Pero no nos engañemos. Hasta esa repelencia se estereotipa y nos atrapa, con tal de ir en contra de ese primer estereotipo del que huíamos.
Lo importe no es que haya o no estereotipos en nuestra vida, sino cómo los manejamos y el uso final que hacemos de ellos. Y qué modelo deformado más manido que el de ‘la felicidad de la Navidad’, y por otro lado, qué estereotipo más extendido que el de ‘la aversión a la Navidad’. Las normas típicamente Navideñas son negadas por su antagonista: no luces, no felicidad, no familia, no consumo, no comidas pantagruélicas, no lotería...
Pero parece que todas estas costumbres -sí, alteradas de lleno por el sistema de consumo y marketing en el que estamos- sólo nos molestan cuando son reconcentradas en unos pocos días. El despilfarro de energía no molesta cuando en verano se refrigeran (que no aclimatan) los hogares; la familia reunida en un cumpleaños no nos irrita tanto; las comidas de celebración de una boda, un ascenso, un reencuentro, un festín improvisado y desmotivado, no nos parece gula; la quiniela, el euromillón, el cupón de la ONCE, el rasca, las apuestas deportivas -aunque con más probabilidades de acertar-, no nos parecen un despilfarro; la compra desmesurada a partir del 7 de enero o en cualquier época de rebajas no nos incita a a gritar al mundo: ¡consumistas!; la felicidad que brota de minucias, o simplemente que aborda de manera inconsciente, por un pensamiento, por un hecho inexplicable, ya no nos resulta tan irracional...
Somos animales de costumbres, y lo marque el calendario o no, siempre nos moverán, a fin de cuentas las obligaciones, las creencias (más allá para muchos de las religiosas), los valores. Ese conjunto nos persigue todo el año. Que no te abrace el espíritu consumista y de felicidad obligada, pero tampoco el de la cerrazón de no disfrutar como lo harías el resto del año. La imaginación y la inteligencia juegan aquí un papel importante.
Lo menos innovador en nuestros días es ir en contra de las señaladas fiestas de finales de año y obcecarse en la negatividad, ya no es ni acto de rebeldía y alejamiento de la masa que se presta a los designios de la Navidad. Por ello, lo más inteligente e importante es, como en todas las fechas del año, saber manejar los modelos impuestos y usar su fuerza para saber hacer un uso pragmático o incluso rentable de ellos.
¡Feliz uso de la inteligencia y la imaginación!
Hola
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