Siempre quedan tantas cosas por decir. Tinteros llenos que ahogan palabras atragantadas por el miedo o por la falta de oportunidad de salvarlas del hundimiento.
Planificamos conversaciones sin llegar a darles forma oral, o lo que es peor, se nos ocurren brillantes contestaciones cuando la conversación ha pasado.
La inspiración de una buena argumentación nos llega a través de un acontecimiento, de un movimiento, de un sentimiento que te descompone por dentro. Una avalancha de palabras comienza a agolparse en tu garganta, que resulta perfecto ensayado frente a un interlocutor onírico, siempre atento y que incluso, a veces, interactúa contigo de tal forma que te da el pie adecuado al resto de intervenciones que meticulosamente estás ordenando. Y es que delante de ese ente imaginado todo es más fácil, nada se olvida, nada en el tintero por escribir.
Elaboramos hermosas estrofas, pero que llegamos a olvidar por no tener un boli o un teclado cercanos. Cuando llegamos a escribirlas para que la memoria no nos falle, puede cruzarse un evento inesperado que cambie nuestra postura, y que tanto lo bueno como lo malo se ahoguen a propósito en el tintero. Y en el caso de llegar a decir esas ensayadas oraciones, suelen quedar a kilómetros de distancia del original, aunque, eso sí, se pueda leer entre líneas esas intenciones iniciales, y entonces sea este mermado discurso suficiente para que nuestro interlocutor interprete su significado completo original, sobrándonos tinta para los escritos posteriores.
Suele pasar.
ResponderEliminarCuando pensamos en lo que vamos a decir a alguien, punto por punto, somos hasta capaces de visualizar el entorno, aunque no sepamos cual es y parece que todo lo tenemos muy, pero que muy claro. Luego pasa que se nos olvida lo principal...y es la otra persona porque quizás, nos diga algo que haga que todo nuestro discurso minuciosamente preparado carezca de sentido y con un poco de suerte solo podamos utilizar alguna frase suelta como:" te quiero"
Besitos