Nos
hacen creer que tenemos la capacidad de elegir, que tenemos libertad.
No siempre se cumple. Son muchos los condicionamientos externos que
moldean o distorsionan los planteamientos iniciales que tenemos: el
contexto personal, el momento histórico, las restricciones legales, sin
contar con la situación económica o el estado de salud.
A
pesar de todos esos condicionamientos, que pueden resultar una traba de
primer orden, lo que sí es cierto es que siempre hay un margen para la
elección, por lo menos determinados campos donde la libertad puede
desarrollarse. Oportunidades de felicidad únicas o suplementarias, al fin y al cabo.
En
esos pequeños recovecos, en decisiones que parecen mínimas, es donde
debemos recapacitar y huir de las presiones que en otros ámbitos nos
ahogan. Ahí podemos elegir. Es cuando somos responsables últimos de
nuestra felicidad.
A
veces son contadas éstas oportunidades, por ello no merece la pena
malgastarlas. Es necesario arriesgarse. Sopesar cómo maximizar nuestra
felicidad en esos instantes, con esas decisiones, en esos espacios.
Para unos pocos halos de libertad que se nos presentan, analizar si lo que haces logra el nivel máximo de tu felicidad es prioritario. Sin pensar demasiado, sin buscar razones, simplemente sintiendo. Sólo hay una respuesta adecuada tras esa reflexión: que aquello que sí puedes elegir colapse tus sentidos, en un estallido de felicidad. Si eso no ocurre, deja de perder el tiempo.
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