La memoria es caprichosa, cambiante y muy olvidadiza. Hace con los recuerdos lo que le viene en gana, lo cual lleva a más de un episodio amargo, e incluso algún mal trago, rememorando de forma distorsionada el pasado, llegando a cambiar la percepción de cómo ocurrieron los acontecimientos, olvidando.
Se almacenan datos, a los cuales siempre se les enlaza una sensación, un sentimiento, una percepción determinada. Pero según van entrando nuevos datos, inevitablemente se van aposentado encima de los anteriores, tapándolos, dañándolos e incluso haciéndolos desaparecer: mala organización que lo llamarían por ahí.
La memoria es caprichosa, o tal vez lo sea uno mismo. Puedes recordar con total amargura un momento que en su día parecía de lo más amable. Olvidar la felicidad que en su día te proporcionó. ¿Y es justo acaso o conveniente?
Cambiamos con el tiempo, es la forma de avanzar. Pero ¿desprenderse de la parte positiva ayuda en algo? El odio, el rencor, la amargura pesan demasiado como para reemplazarlas por los buenos momentos.
Tan estúpido sería éso como culpar al bombón por haberse terminado, negándole ahora la felicidad que nos proporcionó hace escasamente unos minutos, cuando ya no queda ni rastro de los aromas y texturas que se manifestaban ante los sentidos, cuando ya no está. No se pueden negar ese efímero festival. Ni porque se haya acabado el bombón, ni porque más adelante pruebes mejores festivales. Puede que pierda intensidad por comparación, o valor por acumulación de otros datos que contradicen esa felicidad, pero no se puede negar.
Aun sin negar tal sentimiento, sí que podría culparse al bombón se sus consecuencias negativas: de que tradujera esa felicidad efímera en acumulación adiposa o en carcoma dental. Pero al igual que con la mala organización de la memoria, ésto, una vez más, no es culpa del bombón, no es él quien decide que no hagas deporte, o que no te laves los dientes.
El bombón no tiene la culpa. Las sensaciones que te generó eran ciertas. El baile de papilas gustativas no se puede negar. Recuérdalo de forma positiva, pues te será más agradable hacer deporte o lavarte los dientes con ese pensamiento en tu mente. Aunque siempre queda la opción fácil de ni probar el dulce. Pero el bombón no tiene la culpa.