Llega. El momento en el que no ves el horizonte llega. Tu imaginación parece apagada. Tus deseos difusos.
No hay camino claro por el que seguir avanzando. Un momento en el que parece que han quitado el terreno bajo los pies.
Oscuridad, incertidumbre, malestar.
Caminar sin rumbo o, lo que puede resultar peor, no caminar.
Es
el instante en el que dar un paso atrás. No de forma física, ni
personal, ni estructural, sino más bien de forma mental, sin dejar de
mirar hacia el horizonte que se nubla.
Tras
una breve pausa para la recapitulación, se ve más claro: ya hubo más
momentos de oscuridad, de incertidumbre. Etapas en las que ni imaginabas
dónde estarías ahora. Todo plan realizado en un pasado seguramente
habrá mutado, huido o dado la vuelta, para dejar un futuro que no
alcanzaban a trazar los bailes de la imaginación.
Te
puedes ver a ti mismo en esos otros momentos en los que tampoco
divisabas el horizonte de forma clara, ocasiones en que ni lo alcanzabas
a ver. Pero conseguiste superarlo. Cruzaste el horizonte. Antes o
después la vista se despejó y la luz se coló en tus retinas.
Continúas.
Siempre. A mayor o menos velocidad. Con un sentimiento, tal vez, de que
no volverás a sentir las emociones que vas dejando atrás, pero
continúas. Con la idea de que tal vez la etapa actual es menos excitante
que la precedente. Pero lo más seguro es que te equivoques.
Continuarás. Y como en otros momentos anteriores llegarás también a ver
todas esas etapas anteriores que parecían la cumbre de tu existencia,
pero que, poco a poco, se van quedando en etapas pasadas, cada vez más
alejadas de las nuevas cotas a las que te llevan los nuevos horizontes.