El tiempo ni se crea ni se destruye, simplemente transcurre. Este principio hace que el mundo
siga incansable a pesar de los acontecimientos a nivel global o individual. No importa la magnitud, la duración o la tipología. No hay posibilidad de pausa.
La vida sigue. Con rumbo o sin él, el tiempo sigue discurriendo inevitable. Tú puedes detenerte, pero no implica que la corriente no te arrastre, o que arrastre a lo que te rodea, mientras el tiempo te desgasta en tu postura estática.
No hay un botón de apagado. Por más abrumadora que resulte la situación no hay pausa.
Podrás, tal vez, ralentizar tu velocidad, con la cautela necesaria para esquivar aquello que no decelera, con la habilidad suficiente para que no se escape aquello que se aleja poco a poco en el horizonte, eso mismo que antes de tu desaceleración se encontraba a tu lado.
No hay posibilidad de pausa. Todo sigue. Nada ni nadie se detiene.
No hay posibilidad de pausa para los que quieren continuar más tarde con el camino intacto. No existe la pausa sin que lo que nos rodea se haya alterado.
No hay pausas, a menos que, al reincorporarte, aceptes un contexto distinto.
A menos que desees una pausa de forma irreversible.
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