Dicen que tiene el corazón razones que la razón no entiende. Y no es para menos. Son entidades sepadaradas no sólo física sino funcionalmente. Sus respectivas escalas de valores se configuran atendiendo a necesidades o incluso deseos que bifurcan. Establecemos que la razón piensa, el corazón siente; que el uno estudia, que el segundo actúa; que el primero analiza, que el segundo sueña. Pero ¿porqué no pensarlos como complementarios y no como excluyentes? Puede que al final, en la práctica, estén uno al lado del otro, y el corazón sea el efecto colateral (secundario y no por ello menos necesario) de la razón, o quizá su complemento.
La razón, ajena en cierto modo a las percepciones sensoriales, se enfrenta al reflejo que emite el espejo viendo así a su co-razón. La manía de dicotomizar nos hace perder el sentido global de nuestras configuraciones, convirtiéndose los antagónicos en complicadas diserciones duales de un mismo conjunto. Sin salir de esta perspectiva, y sin ver la imagen completa, no entenderemos las diferentes formas de actuación, pues no nos pararemos a analizar que las estrictas líneas de la lógica utilizadas por la razón pueden romperse por causas de fuerza mayor que podríamos explicar en base a la construcción de otras lógicas por las que se guía la pasión.
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