La sociedad predominante, esa de la globalización, presume por tener un avance lineal y ascendente de forma exponencial. Un progreso imparable, que mira hacia delante, que siempre avanza. Y si se miran los datos, no indican lo contrario: stock de conocimientos, perfeccionamiento de las técnicas, mejoras que facilitan -o simplifican- la existencia. Los seres humanos saben más que nunca, sin olvidar los hombros de gigantes a los que se han encaramado para conseguirlo.
Tal es el desarrollo que, por el camino del progreso científico-técnico, se han derruido paradigmas fuertemente establecidos o modificado aquellos que se creían perfectos. Hasta el punto de concluir, incluso, que todo era relativo. Manuales de siglos pasados sobre biología, física o química son sucintos y desfasados contenidos (aunque no por ello menos necesarios) en comparación con los últimos descubrimientos contemporáneos. Pareciera que nada del pasado nos sirve, excepto algunos campos, ahora casi olvidados y denostados, como pudiera ser el de la filosofía.
En este plano, no es que los actuales desbanquen a los pasados, sino que se basan en las mismas ideas, llegando a ser, en ocasiones, más útiles los de antaño. Salvando las distancias, en cuanto algunas consideraciones de tipo religioso o la falta de universales, se podría decir que el avance en el campo del pensamiento no ha sido tanto como nulo, pero sí muy inferior al camino recorrido por su compañero científico.
¿No ha habido progreso en este campo o es que ya en los inicios de la historia de la filosofía se llegó a la cima de los saberes? Probablemente sea la primera, pues al igual que sucede en el campo científico-técnico, hasta que no se realiza un desabrimiento que amplía o modifica el paradigma de trabajo actual, esa realidad alternativa o superior se torna en cierto modo imposible.
¿Cómo se puede realizar un avance tan significativo y patente en el campo de la ciencia, sin que éste vaya de la mano de la evolución filosófica pareja, con objeto de responder a las cuestiones que los nuevos horizontes científico-técnicos puedan plantear?
Este desfase entre campos puede que sea el causante de los graves problemas a los que la sociedad se enfrenta hoy día. Por descontado que no para que no avance, puesto que ese freno que en ocasiones la ética ha puesto a la ciencia es fruto de dicha brecha entre ambas, enarbolando moralismos recalcitrantes.
El pensador - Auguste Rodin |
Hay que desarrollar el pensamiento más allá de las utopías, de los corsés morales, de los límites artificiales, pensando que el techo aun está muy lejos de nuestras cabezas, si es que pudiera haberlo. Dejar de pensar en términos de beneficio material, y desviar la atención hacia la empatía y el altruismo, que a fin de cuentas son fuertes motores del pensamiento ético. Hay que pensar más, pero sin dejar de actuar. Hay demasiados conocimientos en este momento que se deben empezar a saber manejar. De nada servirá un coloso desde el que mirar el mundo científico, si las pautas básicas para saber gestionar todo ese conocimiento nos las hemos dejado en la suela de los zapatos. El pensador de Rodin, más de un siglo después de su creación, está más vigente que nunca. Quizá sea la representación material más certera desde la que partir y comenzar a reflexionar sobre el estado actual del mundo, para poder dejar la posición estática e iniciar el camino.
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