jueves, 23 de septiembre de 2010

Anticuerpos innecesarios

"La experiencia es el nombre que ponemos a nuestros errores", afirmaba Oscar Wilde en El abanico de Lady Windermere. Aunque también decía que "llevamos dentro nuestro propio diablo, y hacemos del mundo nuestro propio infierno". Quizá sea porque llevamos un pequeño diablo, por lo que erramos y sea eso lo que nos haga estar a veces en nuestro propio infierno.
Sea como fuere, con diablo o sin él, lo cierto es que erramos.
Una forma biológica de evitar caer en la continua erradura (sin h) es el miedo. El miedo, esa reacción física y psicológica producida frente a un peligro. El ser humano aprende, no siempre, a no caer dos veces en la misma piedra. Aprendemos que el fuego quema, que los cuchillos cortan, que caerse duele. Y todo ello a base de la experimentación propia, ya que solemos desconfiar cuando una voz externa nos advierte de dichos peligros. Eso precisamente, experimentar el dolor en nuestra persona, es lo que hace que, por instinto de supervivencia, nuestra memoria fije esas experiencias como negativas, repulsivas, a evitar. El miedo que nos produce el dolor nos hace esquivar ciertos "peligros". Reaccionamos mediante estímulos externos, no muy diferentes a los planteados con animales de laboratorio, llegando a generar reacciones paulovnianas, que más que saliva, nos hacen producir una actitud de miedo y rechazo frente a ciertos estímulos.
Pero el dolor, no siempre es físico. Cuando esos agentes externos te duelen, pero te duelen de verdad, de ese dolor que no se alivia con analgésicos, el que no se extirpa con operaciones. Con ese dolor nuestro cuerpo no sólo se atemoriza, sino que genera defensas contra esas situaciones que han desencadenado tanto sufrimiento.
Unas defensas que serían de lo más eficientes para combatir cualquier virus. Pero sacamos estas vacunas al mercado antes de que terminen de pasar las pruebas clínicas, y es que en estudios posteriores se demuestra que los anticuerpos generados también destruyen momentos que podrían ser no sólo maravillosos para nuestra persona, sino que además serían altamente recomendables para nuestra salud mental.
El miedo nos hace generar defensas contra lo que un día nos hizo daño. O más de un día, da igual, lo importante es que fue en pasado y que, seguramente, los virus que pretendían atacar en ese pasado, serían diferentes a los futuros que vendrán, aunque a efectos finales esas defensas sean igual de efectivas.
Nos creamos ante los dolores de experiencias pasadas una coraza, unos anticuerpos más bien, porque a fin de cuentas, lo que consigues con ellos es eso, que los cuerpos no se acerquen, que la gente que podría cambiar tu vida se mantenga al margen. Antes de sopesar si estas personas nos van a hacer bien o no, soltamos los anticuerpos, porque hemos sufrido tanto que nos resignamos a conocer a la persona que esta vez sí podría cambiar nuestra vida, o no, simplemente que la trastocara en lo más mínimo.
Nos aferramos al miedo. Es lo más cómodo. A veces incontrolable. Pero el miedo no es sólo físico, sino psicológico, por lo que no deberíamos fiarnos en demasía y dejar actuar más a la razón, que aunque guiada por los sentimientos en ocasiones es quien mejor guía en ese terreno de lo indeterminado, de lo inexplicable e incluso de lo irracional, por paradójico que parezca.
Al final el miedo sólo te ciega. Será cuando nos libremos de él, cuando podremos ver la fotografía que se nos presenta de nuestro ahora y decidir si queremos zambullirnos en ella de lleno, aunque al final nos acabe doliendo hasta el alma, pues al fin y al cabo, el dolor, el pellizco, el escalofrío, es lo que nos hace estar vivos.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Escombros físicos de una personalidad

El cuatro parecía tan perfecto, tan cuadriculado, la medida perfecta de equilibrio, la equidad adecuada para tener unidos pero separados un grupo de segmentos, la situación ideal para contener una vida. Cuatro paredes hacían todo de la nada, creando un hogar. Un espacio delimitado cuyos muros variaban su posición en un recurrente movimiento acordeónico: inmenso en los momentos de relajación en los que una neblina musical lo inundaba todo, opresor en las situaciones de desolación donde el único consuelo era ahogar la mirada recordando tiempos pasados.
Habían transcurrido años desde que entrara en dicho espacio por primera vez. Tanto, que la razón aun no poblaba su mente, pero aprendió cada uno de sus rincones desde que la memoria recordaba, por más veces que hubiera cambiado los pósters que dotaban de personalidad a esas cuatro paredes. Personalidad que forjó en parte en ese espacio, en ese hogar, la prolongación física de su vida que exhalaba en ocasiones más información que las tímidas manifestaciones verbales de su morador. Aunque por más reservado que pareciera o incluso llegara a ser, nunca podría su personalidad verse ensombrecida o incluso anulada por aquellas cuatro paredes, que aun siendo las responsables en parte de lo que hoy era, sólo eran la manifestación física que él quería que fueran. Era él quien engrandecía aquellos muros. Era él quien hacía que fueran importantes. Era él quien los llenaba con su presencia y quien los impregnaba de su forma de ser. Ellos sólo habían sido el soporte físico de ayuda.
A pesar de ello, él se derrumbó moralmente cuando se derrumbaron físicamente aquellos muros, provocando en su caída un estruendo que consiguió resquebrajar los cimientos de sus recuerdos.
Cualquier otro espacio delimitado por cuatro muros podrían sustituir a éstos que ahora yacían hechos escombros, pues era él quien creaba el cemento para unirlos y convertirlos en un hogar. Su personalidad pronto invadiría, como la hiedra que se adhiere a los muros, unas nuevas paredes inmaculadas. Sólo necesitaba dejar de mirar hacia el montón de escombros que había bajo sus pies y elevar la mirada hacia las cuatro paredes que le esperaban al final de un cercano horizonte.
Pero quizá en otro capítulo se dé cuenta de que está mirando al lugar equivocado, pues ahora sólo tiene ojos para regodearse en ladrillos y polvo que no serían nada sin su presencia, en lugar de gastar sus energías en seguir cautivando al mundo con su personalidad, en llenar otras estancias, en seguir construyendo su vida más allá de cuatro paredes que sin él no significarían nada.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La frustración lógica de la música

Las personas no somos animales racionales, o por lo menos no nos guiamos por patrones lógicos de conducta que cabrían esperar de un raciocinio equilibrado. Tenemos actitudes delirantes cuyas reacciones son aleatorias y dependientes de elementos externos, volubles a las circunstancias. El blanco podría tornarse al más oscuro tizón si el estado anímico no es el más deseado, por ejemplo. Inexplicables para los ojos ajenos pero que configuran un orden perfecto dentro de nuestras vivencias.
Estos cambios anímicos y emocionales pueden hacer que traicionemos nuestros más estables valores, creencias, decisiones, gustos musicales. Y es que es curioso este último caso. A pesar de que han demostrado las ligaduras entre las matemáticas y la música, las lógicas de la primera a veces no alcanzan a los efectos de la segunda. Ya podemos tener el mejor gusto musical del mundo, la mejor colección de música con sus discos originales, ediciones limitadas o temas inéditos, que como una canción de esas que llaman comerciales se nos pegue como el más molesto de los soniquetes por una buena experiencia así como por recomendación de alguien importante, no hay escapatoria de tirar al traste todos nuestros criterios musicales mientras escuchamos casi en un estado de aturdimiento esa canción una y mil veces.
Pero afortunadamente este proceso no sólo se produce con esa música menos buenas, sino que puede ocurrir con temas ya conocidos y de aceptable valor musical. Ocurre sin que nos percatemos de ello. Casi a escondidas, ganando terreno a nuestra conciencia sin que haya lugar a la retirada. Sin más, esa melodía se instala, se acomoda y marca su sitio.
Porque un día escuchas una canción de forma diferente, aunque ya la hubieras escuchado antes, y se convierte en una canción especial, inolvidable, de la que no puedes prescindir, sin la que no comprendes el resto de canciones y con la que no recuerdas cómo era tu biblioteca musical antes de su llegada. Sin una base lógica de procedimiento, como un cataclismo que te ciega a la vez que te colma de una sensación similar al placer... un romance en toda regla.


miércoles, 15 de septiembre de 2010

Si llueve no es por mi falta de memoria. Si me olvidé no fue porque sopló el viento

Dicen que las promesas, las palabras así como los recuerdos se los lleva el viento. ¡Pero qué manía con echar la culpa a la meteorología!¡Si lo que nos falla es la memoria! Y lo que a veces alimenta esa falta de memoria es la dejadez.
Por ello, por miedo a los vendavales, se tiene la creencia de que todo lo que queda por escrito perdura, como si el acto de plasmar las palabras en un papel, en una pantalla de ordenador, o incluso en la piel fueran garantía directa e ineludible de cumplimiento. Pero nuevamente lo que hará que se cumpla o no, vuelve  a ser la memoria, ese elemento que nos falla.
Lo que sí se puede afirmar entonces es que, a pesar de las condiciones atmosféricas, la culpa es del  tiempo, sí, pero no del meteorológico, sino del lineal que consigue, en su intento por alcanzar una meta hipotéticamente sempiterna, atraer al olvido.

Tenemos una memoria traicionera, aunque quizá sea por economía de espacio o por una especie de mutación para adaptarnos mejor al medio para sobrevivir, para seguir con nuestras vidas por más cosas que hayamos vivido, sean buenas o malas. Y he aquí el fallo: vivimos momentos indescriptibles, leemos pasajes inolvidables, escribimos relatos inimaginables, vemos escenarios inalcanzables. A pesar de todos estos calificativos, esas partículas de recuerdos tienden a olvidarse, aunque en realidad no las olvidamos, simplemente están en estado de letargo hasta que un gesto, un olor, un sabor, una mirada, o el hecho de abrir un cajón y encontrárnoslas de frente, hacen que las traigamos de nuevo a un primer plano. Esta vez de una forma mucho más intensa. Un latigazo en la memoria con el que se reviven en escasos segundos todo un mundo de sensaciones anteriormente disfrutadas. Un reencuentro fugaz que terminará con la vuelta del recuerdo a su anterior estado de hibernación, comenzando un círculo vicioso, gracias al cual, quizá, sigamos conservándolo.

Podemos escribir nuestros pensamientos, nuestras promesas, nuestros recuerdos, cualquier cosa que se nos pase por la cabeza. A pesar de ello, caerá en el olvido si lo dejamos hibernar durante mucho tiempo, o peor, si no recordamos la finalidad para la que lo escribimos, aun teniéndolo todos los días delante del mismo espejo en el que nos peinamos.
El olvido puede ser un arma contra aquello que nos afectó, el inconveniente se da cuando por una mala selección, también se arrambla con los grandes momentos que torpemente hacemos llamar "inolvidables". La Naturaleza es sabia, por el contrario, sus acciones tienen razones que nuestra memoria no entiende.

Pero por más recuerdos que el tiempo intente borrar, siempre podremos servirnos de un catalizador que los vuelva a llamar a nuestra memoria, porque, pensándolo bien, el olvido es el mejor defecto genético que nos podría haber concedido la Naturaleza, pues no más sano es el rencor y el anclar nuestro futuro a un pasado que no podemos cambiar.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Mi Musgo particular

Musa para los más clásicos, numen para los más espirituales, inspiración divina para los más religiosos, manzana para los más físicos, encendida de bombilla para los más coloquiales, flash para los más espontáneos, diferentes expresiones para expresar un mismo hecho: ese catalizador responsable del fogonazo mental que se produce cuando una idea inunda nuestra mente y nos saca del atasco temporal que sufríamos al desarrollar un proyecto.

Cada uno tenemos nuestra "luz" particular. Cuántos caminos nos habrá iluminado, cuántas ideas nos habrá proporcionado. Un ente que está ahí y que eleva nuestro ingenio a la máxima potencia. Puede que no todo el mundo le dé un nombre, aunque otros decidimos, o más bien nos viene dado el concretar a ese ser "inanimado". Por mi parte, nunca lo había definido, pero como tantas otras cosas en esta vida, me vino dado, que no impuesto, pues lo recibí de agrado. Lo que te inspira, lo que saca tus mejores ideas, lo que te ilumina a fin de cuentas, en mi caso se llama "Musgo". Un día y sin previo aviso él decidió el nombre, pues al ser más bien tímido, aun más humilde y con cierta tendencia al humor negro, se veía superado por el denominador de "muso" (como masculino de musa, no como diminutivo de gatomuso, cuya posterior consulta en el DRAE nos puede inducir a error de término). De este modo empecé a contar con mi "Musgo".

Pero no es simplemente un ente que aparece cuando le parece, a mi Musgo más bien lo tomaría como esa inspiración que se exprime de las conversaciones, de las aportaciones, de las verdades a la cara, de las vivencias. Mucho más que una idea feliz ocasional.
Así que aquí estoy, invadida de Musgo, sin el cual ni esta entrada ni este blog habrían visto la luz. 


Pd: el musgo pertenece a la familia de las briofitas. Crece en zonas sombrías y húmedas, generalmente encima de las rocas y las cortezas de los árboles. Almacena grandes cantidades de agua, aunque carece de raíces para dicho fin, por lo que lo hace mediante vía aérea. 
(Pensándolo mejor, quizá la denominación de "Musgo" no vaya tan desencaminada a la realidad).