La frontera entre el 'quiero' y el 'puedo' en ocasiones se traduce en una delgada línea, a la que muchos rehusan llamar por su verdadero nombre: excusa.
No hay responsabilidad en las relaciones sociales, ni muchos menos voluntad de tenerla. No hay compromisos adquiridos de forma férrea, sólo contratos verbales no vinculantes.
No importa cuántos acuerdos se hayan decidido, cuántos méritos se hayan logrado. Todo pende de recuerdos y sentimientos sin revelar más allá de las efímeras palabras pronunciadas.
Pareciera que sólo hubiera que cumplir con las obligaciones y responsabilidades que son firmadas de forma material (y legal). Así, las relaciones sociales quedarían en el más angustioso desamparo -a excepción de aquellas que consiguieron ser amordazadas por las manos de la legalidad-. Resistiendo, a merced de las apetencias cambiantes de cada persona, vehiculadas por los contratos verbales, la palabra dada y las consideraciones personales, que en ocasiones son inexpresables más allá de los actos.
Se promete, se pacta, se acuerda, se esputan palabras hiladas hacia un interlocutor sin el más nimio compromiso de cumplir con lo hablado. La falta de voluntad para afrontar las responsabilidades se torna débil. Tan débil que hay que maquillarla. Tan vergonzante que hay que ocultarla.
Del dicho al hecho... a veces ni hay trecho porque se olvida por el camino. Tal es la falta de voluntad, que ésta deja su hueco hasta en la honestidad para reconocer el verdadero motivo del incumplimiento de lo pactado.
La facilidad aportada por la sinonimia aplicada al par quiero-puedo resuelve entonces todo problema de falta de voluntad tanto en el compromiso como en la honradez. El 'no puedo' es un recurrente disfraz para el 'no quiero', a la vez que una educada careta para la cobardía de quien lo pronuncia.
No hay voluntad por los compromisos adquiridos, o tal vez respeto por la otra parte vinculada, o quizá de lo que se carezca es de la integridad para afrontar la falta de honestidad.