Tenían razón. Cuesta admitirlo, pero tenían razón: lo que es gratis no se valora. Pasa desapercibido. No merece la pena.
No nos paramos a pensar el esfuerzo que hay detrás, la de personas que habrán intervenido en el proceso, desde su inicio hasta llegar a nuestras manos o psiques.
Lo que no se paga, no se valora. Pero se olvida el concepto de trueque en este mundo donde todo puede comprarse y venderse (con dinero). Olvidamos que hay otras formas más sangrantes de pago. Desechamos la idea de que, al final, todo conlleva un intercambio, un tipo de relación ya sea simbiótica o parasitaria, que interviene en todo acto que realizamos para con lo otro, para con los demás.
Todo movimiento cuesta. Ningún acto está aislado de una proceso anterior en red, hasta llegar al estado actual. Nada viene dado de forma gratuita, libre de conexiones. Por ello, fuera o dentro de la lógica del libre mercado, jamás se debería considerar como gratuito aquello que escapa a los garras de la pecunia, por sus condiciones volátiles.
Podemos no saber el origen de algo, podemos habérnoslo encontrado en mitad del camino, pero no por ello estamos en derecho de menospreciaron, robarlo o destruirlo. Sí, hay una cierta entereza personal que nos debería incitar al respeto, a la apreciación, a la consideración.
Imaginemos algo en mitad del camino, algo que no nos interesa, que no nos llama la atención, no sabemos cómo ha llegado hasta allí, ni quién pudo dejarlo en medio de nuestro camino. Alguna vez oímos hablar de él, pero nunca nos interesó, de hecho nos decantamos en su día por otras opciones. Jamás lo usaremos, ni creemos que podrá interesarle a nadie de nuestro entorno. No nos va a servir para nada. Es más, no sabemos cómo la gente que hace uso de él, puede sacar algún beneficio. Si fuera por nosotros lo destruiríamos, lo apartaríamos del camino, pues no responde a nuestras necesidades, principios o intereses. Aunque bien es cierto que tampoco interfiere en ellos, pero eso poco nos importa. Da igual, no nos vemos implicados con él. Es entonces cuando decidimos apartarlo de una patada para esconderlo, total, ¿quién podría quererlo? Y si a nosotros no nos es necesario, ¿qué sentido tiene mantenerlo ahí, en medio del camino, a la vista de todos?¿Verdad?
Ahora imaginemos que eso que nos habíamos encontrado en medio del camino era un derecho. La cosa cambia ¿no?
Pues no parece importar para quienes creen que los derechos no valen nada. No cotizan en bolsa, no se ven envueltos en la vorágine de las épocas de rebajas, no se pueden empaquetar para regalo, no se pueden pesar, transportar.
Mirar desde el egocentrismo; construir el mundo desde nuestra única perspectiva -ya que debe ser la posible y necesaria-; arramplar con el respeto; desconsiderar los esfuerzos de los predecesores; imponer. Estas son las premisas que nos llevarán a apartar cualquier cosa del camino que escape a nuestra comprensión. Robándole todo ápice de importancia, porque encontrárnosla en medio del camino, desconectada, no nos ha costado nada.
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