jueves, 16 de diciembre de 2010

Anáfora olvidadiza

Hoy ya no piensa en ti.
Se le han olvidado tus ojos, tu sonrisa, tus manos.
Hoy ya no piensa en ti.
Ya no intenta recordar tus gestos, tus costumbres.
Le queda, quizá, el poso de la sensación placentera de tu compañía.
Un escalofrío que recorre su memoria, insustancial, etéreo, desdibujado.
Hoy ya no piensa en ti.
Barrió los pedazos de las esperanzas y sueños rotos.
Hoy ya no piensa en ti.
Ya ni siquiera lo intenta.
En el primer rincón del olvido y en el último de su recuerdo almacena una sombra de lo que un día fue tu presencia.
Hoy ya no piensa en ti.
O por lo menos, eso te susurra al oído esta voz imaginaria.
Hoy ya no piensa en ti.
O eso debería ser, te reiteran incansables tus pensamientos atolondrados entre los recuerdos.
Debería ser así, te dice esta voz, porque dejaste que se fuera.
Porque hoy no debería pensar en ti.
Aunque en lo más profundo de tu conciencia esperes que no sea así.
Desengáñate.
Hoy no debería pensar en ti.
Hoy ya no piensa en ti.
Hoy no se acuerda de ti.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Enseña los dientes

Cuando el día se levanta torcido, se intenta enderezar con la mejor de tus sonrisas, pero a veces la labor es complicada. Las circunstancias pueden llegar a convertir este acto en la más ardua de las tareas. Los músculos se entumecen por las desavenencias, la piel se vuelve más tirante de lo normal con las malas noticias, la mandíbula se desencaja con el mínimo movimiento. Sólo el hecho de intentarlo ya desanima aún más. Algo a simple vista tan pueril se torna la más enrevesada de las pericias.
Tú lo intentas, sumergiéndote en recuerdos de momentos pasados, en canciones que consigan despejar todo velo de desidia, en la actividad de algún desconocido que pasea por la misma calle que tú. Y cuando nada de eso funciona, cuando lo has dado todo por perdido y preparas el ceño para fruncirlo con tal fuerza que no se mueva ni un milímetro durante toda la jornada, es cuando por fin ocurre.
Un mirada en medio de una algarabía de peatones, se cruza con la tuya. Entre decenas de cabezas borrosas ves claramente unos ojos en los que se acentúan unas efímeras patas de gallo que te miran con una sonrisa inexplicable. El efecto entonces es inmediato. Tus ojos cobran un brillo casi mágico, y una sonrisa se instala ampliamente en tu rostro dejando ver perfectamente alineadas todas tus piezas dentales.
Ni el desconocido ni tú sabéis cómo ha ocurrido, pero en un instante el mundo se torna un poco más amable. A punto de soltar una pequeña carcajada por el desconcertante pero gratificante encuentro de miradas, sigues tu camino mirando hacia el suelo intentando esconder una sonrisa que cada vez parece dilatarse más. Y según continúas hacia tu vida, la sonrisa se va destensando pero sin llegar a desaparecer, permaneciendo en tu rostro, ya con mínimos esfuerzos, durante el resto del día.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La pieza del puzle

La información es la pieza que falta en el puzle incompleto de cualquier estampa de duda.

Los detalles, los gestos, los datos, los actos... pistas al fin y al cabo que nos hacen comprender la realidad que nos rodea. Podemos flotar en la duda que nos mantiene a dos palmos del suelo en una elevación desconcertante, una especie de marea invisible, que desaparece con esta pieza escondida, haciendo que caigamos estrepitosamente contra el suelo sin previo aviso, pero que nos aporta la dosis de realidad de la que carecíamos, y que en cierto modo, necesitábamos, o no, dependiendo del grado de inocencia o ignorancia en el que queramos permanecer.

La información modela, remarca, descubre lo que permanecía invisible y nos impedía ver con claridad y perspectiva la fotografía. Pasamos de ver cuatro pinceladas sin sentido a alejarnos del cuadro y captar la imagen conformada por millones de pinceladas.

Con ella todo cobra sentido. El rompecabezas evita que sigamos rompiéndonos nada. La imagen de la situación se enfoca a la perfección y una sonrisa cincelada en el rostro refleja la satisfacción, así como la superioridad que admite el error en el que se estaba hasta ahora. Mientras, un suspiro exhalado con fuerza en un segundo marca el final de la búsqueda de pesquisas, posibles explicaciones, supuestas soluciones, expulsando las tinieblas, las dudas de un problema reducido a cenizas gracias a la pieza final de sentido que faltaba en nuestra investigación personal.

 

martes, 9 de noviembre de 2010

Valor vs Verdad

Ríome de quien se envalentona, inflando el pecho cual gallo de corral, al decir que su valor no tiene límites por enfrentarse sin temor a dragones de grandes fauces y esputos de fuego. A lo "físico" se puede enfrentar uno en mayor o menor medida, ya sea con el metal o con el magro. Pero hay monstruos más difíciles de doblegar. Cuando al "enemigo" no se le puede agarrar por el pescuezo, sino que vaga como una especie de ser etéreo. Para ese tipo de enfrentamientos hay que acorazarse realmente de valor. Y es que, no hay mayor acto de valentía que enfrentarse a la verdad. Pero hay elementos que acobardan frente a este enemigo, como son el orgullo, el sentimiento de culpa o la vergüenza, activos que cotizan al alza dicha valentía.
En una historia se dice que existen, primero,  tantas verdades como personas implicadas en la misma, y luego la verdad. Pero, a pesar de ver una misma realidad desde prismas diferente, lo cierto es que está ahí, y parece imposible enfrentarse a ella en determinadas ocasiones. No hablamos ya de la VERDAD absoluta, si no de los motivos que nos mueven a realizar determinadas acciones, las verdaderas razones tras las cuales actuamos.La verdad duele, es incómoda, distorsiona la imagen que nos esforzamos por ofrecer, chirría con las lógicas establecidas (nunca con la lógica de los actos, pues es ella la que dota de sentido a las descabelladas actitudes de determinadas personas). No es de agrado, en uno u otro grado, por eso se tiende a esconderla bajo un escudo que oculta o maquilla la verdad intrínseca de nuestros actos.
Fruto de esas incomodidades, que encierran a nuestra valentía en una minúscula celda, surge la mentira, entre ellas, la peor de todas desde el punto de vista del receptor: la mentira piadosa. Esa que llega para apiadarse de nosotros, ofreciéndonos su conmiseración, atolondrándonos con una visión de la realidad violada en pro de nuestra anestesia mental. Aunque a fin de cuentas, del único que se apiada, es de quien miente. Es el recurso que le queda para pasar de puntillas frente a un problema y apaciguar a la conciencia por su falta de valentía.
El receptor, a fin de cuentas, si nunca llega a saber los verdaderos motivos, permanecerá en la ignorancia, aunque puede llegar a tornarse más fiero que un dragón si llega  a descubrir la realidad del asunto. Es más, el dragón puede asaltar a la vez que la mentira, por conocimiento previo de la verdad, aunque el emisor cobarde no sea consciente de ello.
Nos movemos entre mentiras, entre biseles que ocultan los verdaderos motivos de nuestras acciones, por falta de valor, por no querer mirar de frente, o más bien por no querer que los demás vean de frente a la realidad. La verdad puede que duela, más que la daga que se clava para luchar contra el dragón, pero permanecer en la ignorancia te hace permanecer cual animal de ganado, despegado de cualquier cosa que se acerque a la integridad mental.

viernes, 29 de octubre de 2010

Rima sin contestar

Gustavo Adolfo Bécquer era un adelantado...

¿Quieres que este néctar delicioso
no te amargue la hez?
Pues aspíralo, acércalo a tus labios 
y déjalo después.
¿Quieres que conservemos una dulce
memoria de este amor?
Pues amémonos hoy, mucho, y mañana
digámonos ¡adiós!

Plantea tantas cuestiones esta rima del romántico español que las reflexiones se agolpan eclécticas generando nuevas preguntas.
Paso por alto el análisis de lo que quería decir el autor... ¡a saber! En origen lo que hoy consideramos obras pueden ser la recuperación de un papel arrugado despreciado por su autor en la basura, o el mayor orgullo entre sus creaciones. Por otro lado, lo que un día éste quisiera plasmar en sus artes, puede ser reinterpretado en otro disfraz ante el observador actual. Ahora sólo importa todos los pesamientos que puede suscitar tan escueto escrito.
A primera vista parece ser la clave de las relaciones esporádicas de hoy en día. Tenía la clave de la felicidad sentimental y no lo quisieron ver sus coetáneos. El carpe diem, el sólo existe el hoy. Disfrutar del momento sabiendo que sólo la felicidad, la pasión, la emoción durará lo que dure ese instante. Pero en tal caso, qué nos haría disfrutar ¿la liberación de las responsabilidades y consecuencias futuras o el conocimiento de que no habrá más ocasión que ese espacio temporal de disfrute con esa persona determinada?
Dejando al lado ironías en torno a la aplicación actual de las palabras de Bécquer, estos versos plantean cuestiones más profundas.
La invitación al disfrute por un sólo día más que tentadora se puede antojar vertiginosa. Se nos invita constantemente a exprimir el momento, a no pensar en lo que vendrá después para evitar caer en los circunloquios pensativos a los que da pie la posibilidad de perder lo que ahora nos está haciendo sentirnos vivos.
¿Disfrutamos porque nos ronda la posibilidad de que ese momento pueda repetirse en el futuro y continuar así con los niveles óptimos de endorfinas, o simplemente nos dejamos llevar por la elevación de dichos niveles?
¿Podríamos disfrutar del mismo modo si de antemano se pactara, como en la rima, el amarse mucho hoy, y olvidarnos de la perdurabilidad de ese momento en el futuro?¿Seríamos capaces de controlarlo?¿De verdad íbamos a conservar en el buen recuerdo un instante al que nos comprometimos no reavivar, después de haber disfrutado tanto de él?
Por otro lado, el compromiso de que sólo dure el instante presente, evita las confusiones, la elevación de expectativas y los desengaños. Disfrutar sin compromisos alberga, a fin de cuentas, esa ventaja. Si no hay expectativas de ningún tipo no hay decepción, por tanto, no hay malos recuerdos ni nada que reclamar.
Sólo recuérdame por este momento. No me contextualices. No discurras mi compañía a lo largo del tiempo. No planifiques mi presencia más allá de hoy. No cuentes conmigo y no romperé tus esquemas.
Pero los planteamientos iniciales, aunque puedan pactarse, no pueden controlar los planteamientos consecutivos. Está claro que no hay firmas ni preacuerdos en este tipo de relaciones, pues dudo el control del raciocinio en temas de felicidad.
El simple hecho de plantear la caducidad de un momento presenta mil preguntas, a pesar de que se opte por la salida del "déjate llevar". Tan fácil de plasmar en una rima y tan difícil de hacer que rime en tu vida. Desde luego hoy no parece ser un día para las respuestas.

martes, 26 de octubre de 2010

La intimidad del escaparate

La gente no quiere pasar desapercibida. No quiere preservar su intimidad.
En la actualidad redes sociales como Facebook, Tuenti o Twitter, son erigidas como verdaderos caballos de Troya regalados para conquistar nuestra intimidad. La red se presenta como ese gran universo inmaterial del cual ignoramos las consecuencias producidas por de los ingentes vertidos de información personal de la que la proveemos de forma, no siempre voluntaria y consciente.
Ahora más que nunca se plantea la problemática de la intimidad. La intimidad se pierde desde el momento en que ponemos un pie en suelo público, o eso alegan los buitres de la carroña rosa. La intimidad es eso bajo el ombligo, o eso anuncian los jabones de higiene femenina. La intimidad es aquello que otra persona no puede saber a no ser que tú se lo cuentes, sentencia la legalidad. 
Hay tantas versiones y ha habido tal evolución. Hace unos cuantos años los tobillos se presentaban como algo que esconder a los ojos lascivos, y no hace tantos, el baremo escaló hasta las rodillas. Al igual que los tabúes en determinados sectores de la vida, de los cuales ni se mencionaba una palabra, y hoy día se emplean horas, páginas y mil y un espacios para tratar dichos temas. Se ha producido una evolución en las consideraciones de lo íntimo, cada vez nos desnudamos más, en cuerpo, alma, y ahora en redes.
En la actualidad manda el marketing, el mostrar, el no ocultar nada, cualquier soporte se puede convertir en un escaparate en el que dar a conocer el "producto" que queremos "vender".  Las redes sociales se han convertido en el mejor escaparate donde publicar fotografías, pensamientos, y demás enlaces. Por ello ¿tiene sentido decir que las redes sociales violan nuestra intimidad, cuando las empleamos en enseñar a nuestros "amigos", de forma consciente, lo que queremos que vean?¿De verdad se está violando nuestra intimidad o sólo mostramos aquello que queremos que vean de nuestra persona?
El problema de las redes, es si acaso, que se ha trasladado de forma magnificada a un soporte virtual lo mismo que hacemos con el "escaparate" de nuestro cuerpo físico. Hacemos lo mismo que con nuestra imagen. Al final los carroñeros rosas van a tener razón y la intimidad termina en cuanto pisas la calle, porque es en ese momento, cuando vamos más allás de los muros de nuestras residencias, cuando nos enfrentamos al mundo ofreciendo a todo el que nos ve grandes cantidades de información. La ropa, los gestos, la forma de vestir, las costumbres, las actitudes, TODO informa a los de nuestro entorno cómo somos, o les informa de lo que nosotros queremos que sepan, como en las redes sociales de Internet.
TODO se lee si se llevan los anteojos adecuados. Tanto en la vida real como en la pantalla del ordenador estamos hablando desde nuestro modo de actuar, el problema es ser conscientes de ello y saber hacer en función de este parámetro. Las redes sólo intensifican y prolongan el contacto con los demás, pero como en el resto de tecnologías, no es más que una mera copia de la realidad, una traslación, cuyo mal uso sólo está intensificando las consecuencias al mismo nivel que las ventajas.


lunes, 18 de octubre de 2010

Goteo de tinta

Siempre quedan tantas cosas por decir. Tinteros llenos que ahogan palabras atragantadas por el miedo o por la falta de oportunidad de salvarlas del hundimiento.

Planificamos conversaciones sin llegar a darles forma oral, o lo que es peor, se nos ocurren brillantes contestaciones cuando la conversación ha pasado.
La inspiración de una buena argumentación nos llega a través de un acontecimiento, de un movimiento, de un sentimiento que te descompone por dentro. Una avalancha de palabras comienza a agolparse en tu garganta, que resulta perfecto ensayado frente a un interlocutor onírico, siempre atento y que incluso, a veces, interactúa contigo de tal forma que te da el pie adecuado al resto de intervenciones que meticulosamente estás ordenando. Y es que delante de ese ente imaginado todo es más fácil, nada se olvida, nada en el tintero por escribir.
Elaboramos hermosas estrofas, pero que llegamos a olvidar por no tener un boli o un teclado cercanos. Cuando llegamos a escribirlas para que la memoria no nos falle, puede cruzarse un evento inesperado que cambie nuestra postura, y que tanto lo bueno como lo malo se ahoguen a propósito en el tintero. Y en el caso de llegar a decir esas ensayadas oraciones, suelen quedar a kilómetros de distancia del original, aunque, eso sí, se pueda leer entre líneas esas intenciones iniciales, y entonces sea este mermado discurso suficiente para que nuestro interlocutor interprete su significado completo original, sobrándonos tinta para los escritos posteriores.

sábado, 9 de octubre de 2010

Sin antifaz

Para despistar trabaja quitando del medio todo lo que otros han dejado en sitios equivocados: papeles en el suelo que deberían ir dentro de una papelera, obras de arte en pupitres cuyo lugar estaría en libretas de dibujo o incluso en galerías de arte, libros que tendrían  que estar siendo usados en la bibliotecas pero que se abandonan en esquinas, tierra que deja de estar adherida a las suelas que la trajeron, tortugas de trapo caídas de alguna mochila despistada. Y así con multitud de elementos diversos.

Pero en el tiempo libre que le queda después de todas esas actividades, cuando llega a casa, se dedica a hacer todo lo contrario: por medio de sus blogs pone delante de la vista del público general, todo lo que otros intentan quitar del medio. Los derechos de los que se debe disfrutar sin miedo a las represiones, los puntos de vista que se desvían de los impuestos de forma sempiterna, el guiño de simpatía que quitan los que no quieren ver más allá de sus objetivos, la reflexión que se escapa entre tanta inmediatez periodística.
Compila con mimo los temas barridos y escondidos debajo de la alfombra, para hacer ver que no son basura, que son entes valiosos aunque a veces queden condenados al ostracismo.

Se podría decir que lleva una especie de doble vida, de doble personalidad, pero no tiene nada de malo. Será porque los superhéroes tienen que ocultar sus poderes y aparentar frente al resto una vida diferente. Ya lo hizo Superman, haciendo de periodista, o Batman, siendo por el día un acomodado millonario. ¿Por qué no iba a ocultar sus "superpoderes" esta literata que construye con sus líneas una realidad que se aprecia desdibujada? 
Es esa discreción la que hace brillar con más fuerza su talento, ese talento que afortunadamente no queda a la sombra, aunque tenga que salir a la luz con un antifaz que se quita cuando usa sus "superpoderes".


viernes, 8 de octubre de 2010

Naturaleza muerta

Flores frescas, relucientes, recién cortadas, con las gotas de rocío aún adheridas a los pétalos monocromos que reflejan toda la luz que les llega del sol. Envueltas cuidadosamente en una capa de acetato traslúcido que impide que estén en contacto directo con una losa fría de mármol en la que hay cincelado un nombre y dos fechas.
A ellas les espera la misma fortuna de quien pace bajo esa plataforma. Naturaleza muerta maquillada de vida para maquillar una muerte que se intenta mantener viva a tres metros bajo el suelo. Más que viva, lo que se intenta es mantener reavivada, aunque tan sólo sea durante los minutos en los que el  mar resbala por las mejillas y los suspiros se pelean entre las brisas de aire. Una fracción de tiempo que se antoja infinita ante los restos, o la representación de los mismos, de lo que un día fue un ser humano animado por un torrente de vida. A veces ese torrente es arrebatado por una corriente más corpulenta, en otras, simplemente pierde la fuerza de su juventud. Pero la tragedia siempre se transforma en la misma estampa dantesca, almacenada junto a otras tantas tragedias ajenas e inmutables. Cánones establecidos sobre lo que hay que hacer, sobre lo que hay que sentir, sobre lo que hay que parecer (que no padecer) ante los demás. Primordial asistir a la visita pautada frente a la losa helada, adornarla con unas flores y sollozar ante el contraste de colores.
Pero ¿qué pasa cuando esos cánones te repugnan, cuando bajo esa losa para ti no hay más que tierra, cuando toda esa simbología no es más que un espectáculo siniestro?
No es que la profesión se lleve por dentro, es que la pasión cada uno la siente a su modo. 
Las canciones que, al escuchar las primeras notas, me provocan un nudo en la garganta recordándome a esa persona son el mejor epitafio que le podría escribir. Los recuerdos que se pasean a deshoras, sin previo aviso y de manera recurrente son los mejores instantes que podría dedicar a reavivar la memoria del que ya no está, así como las sonrisas que éstos provocan, son los mejores respetos que le podría presentar. Y las flores las entrego en vida, porque toda flor cortada, condenada al trágico final de la naturaleza muerta, debería posar en un regazo palpitante, entre unas manos llenas de vida, ante unos ojos llenos de ilusión por recibir tan acertado presente. 
Los esfuerzos inútiles que empleamos con los que no están, deberíamos utilizarlos en los que hoy sí que están, recordando el tiempo que no pudimos invertir en aquellos otros.

Todos aquellos ramos que otros pensaron que nunca usé para maquillar tu losa, son los momentos que empleé en llenar de rosas las vidas de otros, tras recordarte y reavivar tu memoria.

sábado, 2 de octubre de 2010

La pausa necesaria

De repente una coma lo cambió todo. De la más rotunda de las negativas, a la más extraña de las afirmaciones. Sólo hizo falta un trazo milimétrico entre aquellas dos palabras.
Resultaba curioso que esa separación de tinta en una pareja de palabras, fuera a unir más que nunca a las personas que aguardaban tras aquel escrito. Era el impulso, o mejor dicho la pausa que necesitaban para continuar. La aclaración de toda duda, la disuasión de los miedos, el inicio del paso siguiente. Una partícula minúscula en movimiento que en boca de su locutor podría imprimir fuerza a todo ese nuevo universo que le rodeaba.
Ahora, después de la negación, había un expectante silencio:

No, quiero

jueves, 23 de septiembre de 2010

Anticuerpos innecesarios

"La experiencia es el nombre que ponemos a nuestros errores", afirmaba Oscar Wilde en El abanico de Lady Windermere. Aunque también decía que "llevamos dentro nuestro propio diablo, y hacemos del mundo nuestro propio infierno". Quizá sea porque llevamos un pequeño diablo, por lo que erramos y sea eso lo que nos haga estar a veces en nuestro propio infierno.
Sea como fuere, con diablo o sin él, lo cierto es que erramos.
Una forma biológica de evitar caer en la continua erradura (sin h) es el miedo. El miedo, esa reacción física y psicológica producida frente a un peligro. El ser humano aprende, no siempre, a no caer dos veces en la misma piedra. Aprendemos que el fuego quema, que los cuchillos cortan, que caerse duele. Y todo ello a base de la experimentación propia, ya que solemos desconfiar cuando una voz externa nos advierte de dichos peligros. Eso precisamente, experimentar el dolor en nuestra persona, es lo que hace que, por instinto de supervivencia, nuestra memoria fije esas experiencias como negativas, repulsivas, a evitar. El miedo que nos produce el dolor nos hace esquivar ciertos "peligros". Reaccionamos mediante estímulos externos, no muy diferentes a los planteados con animales de laboratorio, llegando a generar reacciones paulovnianas, que más que saliva, nos hacen producir una actitud de miedo y rechazo frente a ciertos estímulos.
Pero el dolor, no siempre es físico. Cuando esos agentes externos te duelen, pero te duelen de verdad, de ese dolor que no se alivia con analgésicos, el que no se extirpa con operaciones. Con ese dolor nuestro cuerpo no sólo se atemoriza, sino que genera defensas contra esas situaciones que han desencadenado tanto sufrimiento.
Unas defensas que serían de lo más eficientes para combatir cualquier virus. Pero sacamos estas vacunas al mercado antes de que terminen de pasar las pruebas clínicas, y es que en estudios posteriores se demuestra que los anticuerpos generados también destruyen momentos que podrían ser no sólo maravillosos para nuestra persona, sino que además serían altamente recomendables para nuestra salud mental.
El miedo nos hace generar defensas contra lo que un día nos hizo daño. O más de un día, da igual, lo importante es que fue en pasado y que, seguramente, los virus que pretendían atacar en ese pasado, serían diferentes a los futuros que vendrán, aunque a efectos finales esas defensas sean igual de efectivas.
Nos creamos ante los dolores de experiencias pasadas una coraza, unos anticuerpos más bien, porque a fin de cuentas, lo que consigues con ellos es eso, que los cuerpos no se acerquen, que la gente que podría cambiar tu vida se mantenga al margen. Antes de sopesar si estas personas nos van a hacer bien o no, soltamos los anticuerpos, porque hemos sufrido tanto que nos resignamos a conocer a la persona que esta vez sí podría cambiar nuestra vida, o no, simplemente que la trastocara en lo más mínimo.
Nos aferramos al miedo. Es lo más cómodo. A veces incontrolable. Pero el miedo no es sólo físico, sino psicológico, por lo que no deberíamos fiarnos en demasía y dejar actuar más a la razón, que aunque guiada por los sentimientos en ocasiones es quien mejor guía en ese terreno de lo indeterminado, de lo inexplicable e incluso de lo irracional, por paradójico que parezca.
Al final el miedo sólo te ciega. Será cuando nos libremos de él, cuando podremos ver la fotografía que se nos presenta de nuestro ahora y decidir si queremos zambullirnos en ella de lleno, aunque al final nos acabe doliendo hasta el alma, pues al fin y al cabo, el dolor, el pellizco, el escalofrío, es lo que nos hace estar vivos.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Escombros físicos de una personalidad

El cuatro parecía tan perfecto, tan cuadriculado, la medida perfecta de equilibrio, la equidad adecuada para tener unidos pero separados un grupo de segmentos, la situación ideal para contener una vida. Cuatro paredes hacían todo de la nada, creando un hogar. Un espacio delimitado cuyos muros variaban su posición en un recurrente movimiento acordeónico: inmenso en los momentos de relajación en los que una neblina musical lo inundaba todo, opresor en las situaciones de desolación donde el único consuelo era ahogar la mirada recordando tiempos pasados.
Habían transcurrido años desde que entrara en dicho espacio por primera vez. Tanto, que la razón aun no poblaba su mente, pero aprendió cada uno de sus rincones desde que la memoria recordaba, por más veces que hubiera cambiado los pósters que dotaban de personalidad a esas cuatro paredes. Personalidad que forjó en parte en ese espacio, en ese hogar, la prolongación física de su vida que exhalaba en ocasiones más información que las tímidas manifestaciones verbales de su morador. Aunque por más reservado que pareciera o incluso llegara a ser, nunca podría su personalidad verse ensombrecida o incluso anulada por aquellas cuatro paredes, que aun siendo las responsables en parte de lo que hoy era, sólo eran la manifestación física que él quería que fueran. Era él quien engrandecía aquellos muros. Era él quien hacía que fueran importantes. Era él quien los llenaba con su presencia y quien los impregnaba de su forma de ser. Ellos sólo habían sido el soporte físico de ayuda.
A pesar de ello, él se derrumbó moralmente cuando se derrumbaron físicamente aquellos muros, provocando en su caída un estruendo que consiguió resquebrajar los cimientos de sus recuerdos.
Cualquier otro espacio delimitado por cuatro muros podrían sustituir a éstos que ahora yacían hechos escombros, pues era él quien creaba el cemento para unirlos y convertirlos en un hogar. Su personalidad pronto invadiría, como la hiedra que se adhiere a los muros, unas nuevas paredes inmaculadas. Sólo necesitaba dejar de mirar hacia el montón de escombros que había bajo sus pies y elevar la mirada hacia las cuatro paredes que le esperaban al final de un cercano horizonte.
Pero quizá en otro capítulo se dé cuenta de que está mirando al lugar equivocado, pues ahora sólo tiene ojos para regodearse en ladrillos y polvo que no serían nada sin su presencia, en lugar de gastar sus energías en seguir cautivando al mundo con su personalidad, en llenar otras estancias, en seguir construyendo su vida más allá de cuatro paredes que sin él no significarían nada.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La frustración lógica de la música

Las personas no somos animales racionales, o por lo menos no nos guiamos por patrones lógicos de conducta que cabrían esperar de un raciocinio equilibrado. Tenemos actitudes delirantes cuyas reacciones son aleatorias y dependientes de elementos externos, volubles a las circunstancias. El blanco podría tornarse al más oscuro tizón si el estado anímico no es el más deseado, por ejemplo. Inexplicables para los ojos ajenos pero que configuran un orden perfecto dentro de nuestras vivencias.
Estos cambios anímicos y emocionales pueden hacer que traicionemos nuestros más estables valores, creencias, decisiones, gustos musicales. Y es que es curioso este último caso. A pesar de que han demostrado las ligaduras entre las matemáticas y la música, las lógicas de la primera a veces no alcanzan a los efectos de la segunda. Ya podemos tener el mejor gusto musical del mundo, la mejor colección de música con sus discos originales, ediciones limitadas o temas inéditos, que como una canción de esas que llaman comerciales se nos pegue como el más molesto de los soniquetes por una buena experiencia así como por recomendación de alguien importante, no hay escapatoria de tirar al traste todos nuestros criterios musicales mientras escuchamos casi en un estado de aturdimiento esa canción una y mil veces.
Pero afortunadamente este proceso no sólo se produce con esa música menos buenas, sino que puede ocurrir con temas ya conocidos y de aceptable valor musical. Ocurre sin que nos percatemos de ello. Casi a escondidas, ganando terreno a nuestra conciencia sin que haya lugar a la retirada. Sin más, esa melodía se instala, se acomoda y marca su sitio.
Porque un día escuchas una canción de forma diferente, aunque ya la hubieras escuchado antes, y se convierte en una canción especial, inolvidable, de la que no puedes prescindir, sin la que no comprendes el resto de canciones y con la que no recuerdas cómo era tu biblioteca musical antes de su llegada. Sin una base lógica de procedimiento, como un cataclismo que te ciega a la vez que te colma de una sensación similar al placer... un romance en toda regla.


miércoles, 15 de septiembre de 2010

Si llueve no es por mi falta de memoria. Si me olvidé no fue porque sopló el viento

Dicen que las promesas, las palabras así como los recuerdos se los lleva el viento. ¡Pero qué manía con echar la culpa a la meteorología!¡Si lo que nos falla es la memoria! Y lo que a veces alimenta esa falta de memoria es la dejadez.
Por ello, por miedo a los vendavales, se tiene la creencia de que todo lo que queda por escrito perdura, como si el acto de plasmar las palabras en un papel, en una pantalla de ordenador, o incluso en la piel fueran garantía directa e ineludible de cumplimiento. Pero nuevamente lo que hará que se cumpla o no, vuelve  a ser la memoria, ese elemento que nos falla.
Lo que sí se puede afirmar entonces es que, a pesar de las condiciones atmosféricas, la culpa es del  tiempo, sí, pero no del meteorológico, sino del lineal que consigue, en su intento por alcanzar una meta hipotéticamente sempiterna, atraer al olvido.

Tenemos una memoria traicionera, aunque quizá sea por economía de espacio o por una especie de mutación para adaptarnos mejor al medio para sobrevivir, para seguir con nuestras vidas por más cosas que hayamos vivido, sean buenas o malas. Y he aquí el fallo: vivimos momentos indescriptibles, leemos pasajes inolvidables, escribimos relatos inimaginables, vemos escenarios inalcanzables. A pesar de todos estos calificativos, esas partículas de recuerdos tienden a olvidarse, aunque en realidad no las olvidamos, simplemente están en estado de letargo hasta que un gesto, un olor, un sabor, una mirada, o el hecho de abrir un cajón y encontrárnoslas de frente, hacen que las traigamos de nuevo a un primer plano. Esta vez de una forma mucho más intensa. Un latigazo en la memoria con el que se reviven en escasos segundos todo un mundo de sensaciones anteriormente disfrutadas. Un reencuentro fugaz que terminará con la vuelta del recuerdo a su anterior estado de hibernación, comenzando un círculo vicioso, gracias al cual, quizá, sigamos conservándolo.

Podemos escribir nuestros pensamientos, nuestras promesas, nuestros recuerdos, cualquier cosa que se nos pase por la cabeza. A pesar de ello, caerá en el olvido si lo dejamos hibernar durante mucho tiempo, o peor, si no recordamos la finalidad para la que lo escribimos, aun teniéndolo todos los días delante del mismo espejo en el que nos peinamos.
El olvido puede ser un arma contra aquello que nos afectó, el inconveniente se da cuando por una mala selección, también se arrambla con los grandes momentos que torpemente hacemos llamar "inolvidables". La Naturaleza es sabia, por el contrario, sus acciones tienen razones que nuestra memoria no entiende.

Pero por más recuerdos que el tiempo intente borrar, siempre podremos servirnos de un catalizador que los vuelva a llamar a nuestra memoria, porque, pensándolo bien, el olvido es el mejor defecto genético que nos podría haber concedido la Naturaleza, pues no más sano es el rencor y el anclar nuestro futuro a un pasado que no podemos cambiar.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Mi Musgo particular

Musa para los más clásicos, numen para los más espirituales, inspiración divina para los más religiosos, manzana para los más físicos, encendida de bombilla para los más coloquiales, flash para los más espontáneos, diferentes expresiones para expresar un mismo hecho: ese catalizador responsable del fogonazo mental que se produce cuando una idea inunda nuestra mente y nos saca del atasco temporal que sufríamos al desarrollar un proyecto.

Cada uno tenemos nuestra "luz" particular. Cuántos caminos nos habrá iluminado, cuántas ideas nos habrá proporcionado. Un ente que está ahí y que eleva nuestro ingenio a la máxima potencia. Puede que no todo el mundo le dé un nombre, aunque otros decidimos, o más bien nos viene dado el concretar a ese ser "inanimado". Por mi parte, nunca lo había definido, pero como tantas otras cosas en esta vida, me vino dado, que no impuesto, pues lo recibí de agrado. Lo que te inspira, lo que saca tus mejores ideas, lo que te ilumina a fin de cuentas, en mi caso se llama "Musgo". Un día y sin previo aviso él decidió el nombre, pues al ser más bien tímido, aun más humilde y con cierta tendencia al humor negro, se veía superado por el denominador de "muso" (como masculino de musa, no como diminutivo de gatomuso, cuya posterior consulta en el DRAE nos puede inducir a error de término). De este modo empecé a contar con mi "Musgo".

Pero no es simplemente un ente que aparece cuando le parece, a mi Musgo más bien lo tomaría como esa inspiración que se exprime de las conversaciones, de las aportaciones, de las verdades a la cara, de las vivencias. Mucho más que una idea feliz ocasional.
Así que aquí estoy, invadida de Musgo, sin el cual ni esta entrada ni este blog habrían visto la luz. 


Pd: el musgo pertenece a la familia de las briofitas. Crece en zonas sombrías y húmedas, generalmente encima de las rocas y las cortezas de los árboles. Almacena grandes cantidades de agua, aunque carece de raíces para dicho fin, por lo que lo hace mediante vía aérea. 
(Pensándolo mejor, quizá la denominación de "Musgo" no vaya tan desencaminada a la realidad).