domingo, 19 de septiembre de 2010

Escombros físicos de una personalidad

El cuatro parecía tan perfecto, tan cuadriculado, la medida perfecta de equilibrio, la equidad adecuada para tener unidos pero separados un grupo de segmentos, la situación ideal para contener una vida. Cuatro paredes hacían todo de la nada, creando un hogar. Un espacio delimitado cuyos muros variaban su posición en un recurrente movimiento acordeónico: inmenso en los momentos de relajación en los que una neblina musical lo inundaba todo, opresor en las situaciones de desolación donde el único consuelo era ahogar la mirada recordando tiempos pasados.
Habían transcurrido años desde que entrara en dicho espacio por primera vez. Tanto, que la razón aun no poblaba su mente, pero aprendió cada uno de sus rincones desde que la memoria recordaba, por más veces que hubiera cambiado los pósters que dotaban de personalidad a esas cuatro paredes. Personalidad que forjó en parte en ese espacio, en ese hogar, la prolongación física de su vida que exhalaba en ocasiones más información que las tímidas manifestaciones verbales de su morador. Aunque por más reservado que pareciera o incluso llegara a ser, nunca podría su personalidad verse ensombrecida o incluso anulada por aquellas cuatro paredes, que aun siendo las responsables en parte de lo que hoy era, sólo eran la manifestación física que él quería que fueran. Era él quien engrandecía aquellos muros. Era él quien hacía que fueran importantes. Era él quien los llenaba con su presencia y quien los impregnaba de su forma de ser. Ellos sólo habían sido el soporte físico de ayuda.
A pesar de ello, él se derrumbó moralmente cuando se derrumbaron físicamente aquellos muros, provocando en su caída un estruendo que consiguió resquebrajar los cimientos de sus recuerdos.
Cualquier otro espacio delimitado por cuatro muros podrían sustituir a éstos que ahora yacían hechos escombros, pues era él quien creaba el cemento para unirlos y convertirlos en un hogar. Su personalidad pronto invadiría, como la hiedra que se adhiere a los muros, unas nuevas paredes inmaculadas. Sólo necesitaba dejar de mirar hacia el montón de escombros que había bajo sus pies y elevar la mirada hacia las cuatro paredes que le esperaban al final de un cercano horizonte.
Pero quizá en otro capítulo se dé cuenta de que está mirando al lugar equivocado, pues ahora sólo tiene ojos para regodearse en ladrillos y polvo que no serían nada sin su presencia, en lugar de gastar sus energías en seguir cautivando al mundo con su personalidad, en llenar otras estancias, en seguir construyendo su vida más allá de cuatro paredes que sin él no significarían nada.

1 comentario:

  1. Bellisimo post.
    Una muy buena reflexión guapa..
    Hay veces que nos instalamos demasiado tiempo en un lugar, después es muy difícil dejar de mirar los escombros, solo se necesita tiempo, para darte cuenta de que la esencia de ese lugar eres tu mismo.
    Besos

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