jueves, 24 de noviembre de 2011

Pensar para llegar a los hombros del gigante

La sociedad predominante, esa de la globalización, presume por tener un avance lineal y ascendente de forma exponencial. Un progreso imparable, que mira hacia delante, que siempre avanza. Y si se miran los datos, no indican lo contrario: stock de conocimientos, perfeccionamiento de las técnicas, mejoras que facilitan -o simplifican- la existencia. Los seres humanos saben más que nunca, sin olvidar los hombros de gigantes a los que se han encaramado para conseguirlo.
Tal es el desarrollo que, por el camino del progreso científico-técnico, se han derruido paradigmas fuertemente establecidos o modificado aquellos que se creían perfectos. Hasta el punto de concluir, incluso, que todo era relativo. Manuales de siglos pasados sobre biología, física o química son sucintos y desfasados contenidos (aunque no por ello menos necesarios) en comparación con los últimos descubrimientos contemporáneos. Pareciera que nada del pasado nos sirve, excepto algunos campos, ahora casi olvidados y denostados, como pudiera ser el de la filosofía.
En este plano, no es que los actuales desbanquen a los pasados, sino que se basan en las mismas ideas, llegando a ser, en ocasiones, más útiles los de antaño. Salvando las distancias, en cuanto algunas consideraciones de tipo religioso o la falta de universales, se podría decir que el avance en el campo del pensamiento no ha sido tanto como nulo, pero sí muy inferior al camino recorrido por su compañero científico.
¿No ha habido progreso en este campo o es que ya en los inicios de la historia de la filosofía se llegó a la cima de los saberes? Probablemente sea la primera, pues al igual que sucede en el campo científico-técnico, hasta que no se realiza un desabrimiento que amplía o modifica el paradigma de trabajo actual, esa realidad alternativa o superior se torna en cierto modo imposible.
¿Cómo se puede realizar un avance tan significativo y patente en el campo de la ciencia, sin que éste vaya de la mano de la evolución filosófica pareja, con objeto de responder a las cuestiones que los nuevos horizontes científico-técnicos puedan plantear?
Este desfase entre campos puede que sea el causante de los graves problemas a los que la sociedad se enfrenta hoy día. Por descontado que no para que no avance, puesto que ese freno que en ocasiones la ética ha puesto a la ciencia es fruto de dicha brecha entre ambas, enarbolando moralismos recalcitrantes.
El pensador - Auguste Rodin
Hay que desarrollar el pensamiento más allá de las utopías, de los corsés morales, de los límites artificiales, pensando que el techo aun está muy lejos de nuestras cabezas, si es que pudiera haberlo. Dejar de pensar en términos de beneficio material, y desviar la atención hacia la empatía y el altruismo, que a fin de cuentas son fuertes motores del pensamiento ético. Hay que pensar más, pero sin dejar de actuar. Hay demasiados conocimientos en este momento que se deben empezar a saber manejar. De nada servirá un coloso desde el que mirar el mundo científico, si las pautas básicas para saber gestionar todo ese conocimiento nos las hemos dejado en la suela de los zapatos. El pensador de Rodin, más de un siglo después de su creación, está más vigente que nunca. Quizá sea la representación material más certera desde la que partir y comenzar a reflexionar sobre el estado actual del mundo, para poder dejar la posición estática e iniciar el camino.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Caja de bombones en forma de corazón

Nos marcamos objetivos: imaginados, construidos y visualizados con una perfección tal que pareciera confundirse con lo real.  Por eso, cuando no conseguimos alcanzarlos, el fracaso puede sumirnos en la  frustración, con nefastas depresiones si esta concatenación de hechos se llegara a repetir de una forma recurrente.
Parece que la decepción y la ruptura de sueños (como objetivos ideados, deseados) sea inherente al ser humano. Y qué más humano (e inconsciente) que los sueños en torno al plano sentimental.
Nos fabricamos un ideal de lo que es, o puede ser, eso con lo que la sociedad se llena los abazones, contradictoriamente más que el alma, al pronunciarlo: el amor. Mil ideas alrededor de un concepto que parece vacío y banalizado, maltratado, degradado y estereotipado, hasta tal punto que puedes incluso comprarlo en el El Corte Inglés empaquetado dentro de una caja de bombones en forma de corazón. Todo un imaginario colectivo centrado en perfilar lo que es el amor con su máxima abstracción en ese corazón, del que algunos dicen que no es más que la visión de un trasero de una fémina cuando ésta está agachada (y probablemente tengan razón).
No sólo nos imponen representaciones del concepto, sino presupuestos de lo que de debe ser esa ceguera amorosa y la relación consiguiente.
El príncipe azul que debe salvar a la princesa, Richard Gere con el ramo de rosas subiendo por la escalera de incendios para besar a Julia Roberts, la flor como detalle universal para demostrar nuestro amor, convertir a la pareja en nuestra sombra para formar sólo uno. Decenas de clichés preestablecidos que se han ido conformando a lo largo de la historia, más bien reciente -al Romanticismo le debemos la concepción actual del amor, sin matrimonios de conveniencia de por medio-.
Fórmulas que quizá en la individualidad de cada pareja, en la práctica, no sean válidos. Puede que sean otros patrones con los que nos vistamos, aunque no estén catalogados dentro de las tendencias primavera-verano del amor de la sociedad de masas. Quizá no consideremos amor, romántico o enamoradizo esos comportamientos universales con los que nos bombardea el mundo audiovisual actual. Quizá no encontremos el amor porque nos empeñamos en vivirlo o en sentirlo como nos quieren hacer creer los demás que se hace.
Es más, si nos salimos del molde, probablemente nos acusen de insensibles. Que un post-it en un espejo nos llene más que una tarjeta prefabricada con versos de un desconocido, que prefiramos una canción heavy que te desgarre al último éxito del cantante melindroso de turno, que detestemos San Valentín y adoremos cualquier otro día, o que amar no signifique dependencia, pertenencia y exclusividad, son motivos más que suficientes para que no te dejen entrar en un selecto club custodiado por un Cupido venido a menos casi baccomizado por la depresión.
No está mal salirse del molde que nos venden de 'caja de bombones en forma de corazón'. No quedarse en la forma, en el envoltorio, ver más allá, no malinterpretar una acción porque a primera vista no encaje dentro de lo políticamente romántico. Hay más allá, hay diversidad de percepciones y cuando consigamos vislumbrarlo podremos desarrollar plenamente esa faceta a la que otros no llaman amor. No hace falta soltar sirope cada vez que andas, o convertirse en un aspersor de azúcar glas cada vez que está cerca tu pareja. Hay que romper el molde, hay más sabores aparte del dulce.
El poeta, y también cantante es sus ratos libres, Sabina, describe quizá esta ruptura del molde en su canción 'Contigo', con frases que lapidan cualquier estereotipo como en aquella de "Yo no quiero domingos por la tarde",  con la que cualquier estereotipado de turno se irritaría porque no ha querido escuchar la mejor parte de la canción, quizá porque las mariposas de su estómago agiten ruidosamente sus alas.

lunes, 14 de noviembre de 2011

¿Razón o Co-razón?

Dicen que tiene el corazón razones que la razón no entiende. Y no es para menos. Son entidades sepadaradas no sólo física sino funcionalmente. Sus respectivas escalas de valores se configuran atendiendo a necesidades o incluso deseos que bifurcan. Establecemos que la razón piensa, el corazón siente; que el uno estudia, que el segundo actúa; que el primero analiza, que el segundo sueña. Pero ¿porqué no pensarlos como complementarios y no como excluyentes? Puede que al final, en la práctica, estén uno al lado del otro, y el corazón sea el efecto colateral (secundario y no por ello menos necesario) de la razón, o quizá su complemento. 
La razón, ajena en cierto modo a las percepciones sensoriales, se enfrenta al reflejo que emite el espejo viendo así a su co-razón. La manía de dicotomizar nos hace perder el sentido global de nuestras configuraciones, convirtiéndose los antagónicos en complicadas diserciones duales de un mismo conjunto. Sin salir de esta perspectiva, y sin ver la imagen completa, no entenderemos las diferentes formas de actuación, pues no nos pararemos a analizar que las estrictas líneas de la lógica utilizadas por la razón pueden romperse por causas de fuerza mayor que podríamos explicar en base a la construcción de otras lógicas por las que se guía la pasión.

lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Cola, cabeza o trompa?

¿El mejor de los malos o el peor de los buenos? No hay una respuesta correcta sino una sincera, honesta, meditada. Porque hay que ser analíticos a la hora de saber dónde está situada nuestra persona. O más bien, dónde queremos situarla.
Es un lujo ser la cabeza de un grupo, pero hay que ser conscientes de qué estamos siendo cabeza: el número de personas que gestionamos, el tipo de problemas que tratamos. Pues podemos ser cabezas de ratón y señalar a otros con el dedo por ser cola de león. Sólo percibimos que somos cabeza, por tanto interpretamos que estamos por encima de aquellos que son 'sólo' cola, pero no recalamos en el asunto de que son cola de algo muy superior que lo que se puede controlar desde la 'cabecita' roedora. ¿Dónde querremos situarnos entonces, en la cabeza de ratón o en la cola del león?* -Desde luego en la cola antes que en las fauces-.
*[Entendamos la relación zoológica atendiendo a sus tamaños, como metáfora de grupo amplio o reducidos, más o menos elevados, dejando de lado interpretaciones más elaboradas que podrían derivar en meticulosos análisis semióticos que ahora no competen.]
Al ser el mejor de los peores, el tuerto en el reino de los ciegos, o cualquier comparación más que quiera hacerse, uno puede sentirse superior, seguro e incluso realizado. Pero, qué hay de superior cuando fuera de ese círculo hay grupos mucho más amplios y de mayor complejidad, cuando por la seguridad que nos proporciona nuestro estatus ignoramos que hay horizontes más amplios fuera de nuestro círculo. En ese estado, alzamos los mentones sin ver que poco a poco los pelos de la punta de la cola del león están acariciando nuestros bigotes de roedor. Los acarician, lo cual podemos ignorar o no, pero nunca menospreciar.
La cola es el final del león. A pesar de ello, y haciendo uso de otro dicho, hasta el rabo todo es toro. Por otro lado, se podrá ser el final de la cadena, pero si es el final es porque hay un principio. Ésto es lo que debemos valorar. Ser cola en un grupo te permite la posibilidad de llegar a ser la cabeza. Gozas de la oportunidad de mejorar y ascender en la escala. 
Mejorar, siempre, pero nunca conformarnos. Jamás la cabeza debe nublar nuestras inquietudes ni ansias de superarnos. Ser el mejor en una colectividad sólo debe dar alas para buscar otros 'animales'. Sólo cuando encontramos un contraste, un 'nivel superior' con el que poner en práctica o debate nuestros conocimientos y aptitudes, podemos seguir avanzando y afianzando lo ya adquirido. 
La cabeza de ratón no debe cegar, pero que la de león no nos impida ver un posible elefante que pase mientras dormimos plácidamente la siesta, acomodados por nuestra propia superioridad, y acaricie contra nuestros lustrosos bigotes de felino su cola. Nos podríamos perder lo interesante que resultaría llegar hasta la trompa.