domingo, 25 de marzo de 2012

La delgada excusa entre querer y poder

La frontera entre el 'quiero' y el 'puedo' en ocasiones se traduce en una delgada línea, a la que muchos rehusan llamar por su verdadero nombre: excusa.
No hay responsabilidad en las relaciones sociales, ni muchos menos voluntad de tenerla. No hay compromisos adquiridos de forma férrea, sólo contratos verbales no vinculantes. 
No importa cuántos acuerdos se hayan decidido, cuántos méritos se hayan logrado. Todo pende de recuerdos y sentimientos sin revelar más allá de las efímeras palabras pronunciadas.
Pareciera que sólo hubiera que cumplir con las obligaciones y responsabilidades que son firmadas de forma material (y legal). Así, las relaciones sociales quedarían en el más angustioso desamparo -a excepción de aquellas que consiguieron ser amordazadas por las manos de la legalidad-. Resistiendo, a merced de las apetencias cambiantes de cada persona, vehiculadas por los contratos verbales, la palabra dada y las consideraciones personales, que en ocasiones son inexpresables más allá de los actos.
Se promete, se pacta, se acuerda, se esputan palabras hiladas hacia un interlocutor sin el más nimio compromiso de cumplir con lo hablado. La falta de voluntad para afrontar las responsabilidades se torna débil. Tan débil que hay que maquillarla. Tan vergonzante que hay que ocultarla.
Del dicho al hecho... a veces ni hay trecho porque se olvida por el camino. Tal es la falta de voluntad, que ésta deja su hueco hasta en la honestidad para reconocer el verdadero motivo del incumplimiento de lo pactado.
La facilidad aportada por la sinonimia aplicada al par quiero-puedo resuelve entonces todo problema de falta de voluntad tanto en el compromiso como en la honradez. El 'no puedo' es un recurrente disfraz para el 'no quiero', a la vez que una educada careta para la cobardía de quien lo pronuncia.
No hay voluntad por los compromisos adquiridos, o tal vez respeto por la otra parte vinculada, o quizá de lo que se carezca es de la integridad para afrontar la falta de honestidad. 

domingo, 11 de marzo de 2012

Un 11 más en el calendario

Un aniversario no es más que una fecha en el calendario, una señal que indica el paso de un año más. Una estructuración del tiempo que, si bien se basa en unos criterios astronómicos -en la cultura presente-, no deja de ser una construcción social.
Una hoja del almanaque marcada con una equis para dotarla de un sentido específico. Recordatorio en medio de la rutina que obliga a salir del comportamiento habitual. Un día en el que volcar todos los sentimientos enclaustrados el resto del año para hacerlos manifiestos durante esas 24 horas concretas. Ya sea para rememorar alegría o tristeza, conmemorar o condenar, sólo hay un día preciso en el que poder llevarlo a cabo. La filia del aniversario, del día grande.
El éxtasis del amor un día 14, la adoración de la madre el primer domingo de mayo, el recordatorio a los fallecidos en el inicio de noviembre. Por no hablar de las fechas personales y específicas de cada persona: cumpleaños, aniversarios de boda, fallecimientos y un sin fin de anualidades. Miles de efemérides que no hacen más que quitarse protagonismo unas a otras porque, a lo largo de los años es inevitable que los acontecimientos se sucedan, que la vida siga forjando la historia.
Desde el recuerdo íntimo, cada persona escogerá y rescatará aquellas fechas clave, aquellos aniversarios que recordar, con independencia de lo que siga pasando en la historia de los demás, pues no es más que eso: una serie de días significados desde la valoración personal, aunque a veces tienda a hacerse colectiva, pero ni mucho menos llegue a convertirse en algo universal.
Hay todo un año, toda una vida para recordar los momentos importantes de cada uno, sin importar que un calendario lo recuerde. 
En 24 horas no se puede expresar el dolor o la alegría que dejan ciertas fechas, no ya en el año de una persona, sino en el resto de su vida. Los sentimientos fluyen a lo largo del tiempo. Pero la tristeza de unos no debería nublar la posible alegría de otros, ni viceversa. Cada uno siente los días (estén marcado en el calendario o no) como mejor sabe, puede o entiende. Los días son significados de forma personal, intransferible e inalienable. Ningún aniversario debería frenar la vida de nadie. Nadie debería decidir sobre la celebración o no de ningún aniversario.

jueves, 1 de marzo de 2012

Se busca compañía para la madurez


Madurar es como pagar el alquiler: cuantas menos personas de tu entorno más próximo participen en él, más caro resulta pagar mes a mes.
No podrás culpar a esa persona con la que querrías compartir piso pero no tiene independencia económica (o personal) suficiente para poder mudarse contigo. Como tampoco podrás hacer nada por aquella otra que, aun viviendo contigo, no paga a final de mes. En este caso tiene dos opciones: entenderla y ayudarla para que poco a poco pueda llegar a final de mes y seguir compartiendo piso contigo, o decidir cambiar de compañero de piso, uno que pague, y seguir visitando al otro en otros ámbitos, aceptando que vuestros encuentros en otros pisos podrán ser posibles e incluso enriquecedores, pero que (por el momento) no podréis vivir bajo el mismo techo.
Las pérdidas de algunos compañeros siempre son dolorosas o incluso decepcionantes, por más compañeros que lleguen detrás para alquilar esa habitación que se quedó libre. 
Pero hay otra opción que puede llegar a ser más desoladora. En ocasiones no es fácil que los de tu alrededor puedan pagar el piso en el que estás viviendo tú. En tal caso, la opción pasa por continuar pagando el alquiler solo, con el alto precio que supone eso a la hora de llegar a fin de mes. Un esfuerzo que si bien se torna pesado, no deja de dar gratificaciones tanto de forma individual a corto plazo, como de forma grupal en un posible futuro, que no siempre es tan lejano como pensamos. Por ello no hay que temer a vivir solo alquilado en un piso, sino a compartir alquiler en un piso que no te corresponde.