miércoles, 21 de diciembre de 2011

Carta de Navidad contra el estereotipo de la Anti-Navidad, y otras soluciones


Vivimos en un fluir de estereotipos o quizá en un intento constante por esquivarlos. Nos atraviesan, hacemos uso de ellos, a veces hasta nos engañan bajo un halo de supuesta rebeldía frente al sistema establecido. Pero admitamos que, al final, hacemos lo que queremos con ellos. Si los aceptamos, los incorporamos a nuestro hacer cotidiano de forma naturalizada. Si los negamos, vemos a cualquier cosa (objeto, situación, persona) que se nos acerque con un mínimo de ese estereotipo como armas corrosivas. Pero no nos engañemos. Hasta esa repelencia se estereotipa y nos atrapa, con tal de ir en contra de ese primer estereotipo del que huíamos. 
Lo importe no es que haya o no estereotipos en nuestra vida, sino cómo los manejamos y el uso final que hacemos de ellos. Y qué modelo deformado más manido que el de ‘la felicidad de la Navidad’, y por otro lado, qué estereotipo más extendido que el de ‘la aversión a la Navidad’. Las normas típicamente Navideñas son negadas por su antagonista: no luces, no felicidad, no familia, no consumo, no comidas pantagruélicas, no lotería...
Pero parece que todas estas costumbres -sí, alteradas de lleno por el sistema de consumo y marketing en el que estamos- sólo nos molestan cuando son reconcentradas en unos pocos días. El despilfarro de energía no molesta cuando en verano se refrigeran (que no aclimatan) los hogares; la familia reunida en un cumpleaños no nos irrita tanto; las comidas de celebración de una boda, un ascenso, un reencuentro, un festín improvisado y desmotivado, no nos parece gula; la quiniela, el euromillón, el cupón de la ONCE, el rasca, las apuestas deportivas -aunque con más probabilidades de acertar-, no nos parecen un despilfarro; la compra desmesurada a partir del 7 de enero o en cualquier época de rebajas no nos incita a a gritar al mundo: ¡consumistas!; la felicidad que brota de minucias, o simplemente que aborda de manera inconsciente, por un pensamiento, por un hecho inexplicable, ya no nos resulta tan irracional...
Somos animales de costumbres, y lo marque el calendario o no, siempre nos moverán, a fin de cuentas las obligaciones, las creencias (más allá para muchos de las religiosas), los valores. Ese conjunto nos persigue todo el año. Que no te abrace el espíritu consumista y de felicidad obligada, pero tampoco el de la cerrazón de no disfrutar como lo harías el resto del año. La imaginación y la inteligencia juegan aquí un papel importante.
Lo menos innovador en nuestros días es ir en contra de las señaladas fiestas de finales de año y obcecarse en la negatividad, ya no es ni acto de rebeldía y alejamiento de la masa que se presta a los designios de la Navidad. Por ello, lo más inteligente e importante es, como en todas las fechas del año, saber manejar los modelos impuestos y usar su fuerza para saber hacer un uso pragmático o incluso rentable de ellos.


¡Feliz uso de la inteligencia y la imaginación!

domingo, 18 de diciembre de 2011

Juegos volátiles al alcance de todos

Juzgar a los demás. Es tan divertido y reconfortante. Por no decir la cantidad de conversaciones que puede llenar. Siempre a los otros, siempre a los de fuera y por supuesto a los de arriba. Todo acto "moralmente no aceptable" que se realice a gran escala está considerado como un acto punible de ostracismo que jamás debería escapar, pero que lo hace. Aunque si dicho acto se lleva a cabo a baja escala, en un ambiente familiar, pasa -y debe pasar- desapercibido a ojos de cualquier viandante o curioso.
Y ¿tendría que ser acaso menos condenable por su envergadura o deberíamos fijarnos más en el fin último de la acción, que tanto para el coloso como para el menudo, se convierten, en esencia, en lo mismo?
Nos indignamos, manifestamos, vociferamos por la especulación inmobiliaria que juega con el ladrillo, dentro de las normas del juego capitalista de la oferta y la demanda, con el objetivo de sacarle rentabilidad a una compra previa. Otra ración de lo mismo para la bolsa, ya se sitúe en Madrid o en Wall Street. Pero la escalera va bajando y tiene rellano en todos los pisos, lo que ocurre es que cuando más se acerca al suelo, menos grave es la caída, y por ende, menos grave parece resultar. La especulación se libra también en otras cotas: en las tiendas que aumentan el precio de sus productos aprovechando las celebraciones navideñas, bajándolos luego hasta descuentos fluctuantes; en la compra de entradas para un espectáculo al que ni se piensa asistir, pero que se compran porque, gracias a esa demanda movida por las pasiones, aumentarán su valor en cifras desorbitadas. Movimientos de dudosa legalidad, al fin y al cabo, maquinados en la maraña de esas leyes del mercado que parecen justificar todo acto.
Sólo varía la escala, pero el fin es el mismo. En este plano, asusta pensar que lo único que nos limita no es nuestra ética, sino el poder adquisitivo o la facilidad de acceso a determinados bienes. 
Al final tenemos, en un campo mayor o menor, el control sobre objetos físicos cuyo valor etéreo puede modificarse con la jugada adecuada. Juego, o más bien duelo de espadas entre la oferta y la demanda que deja en manos de su pugna el destino del valor pecuniario de cosas tan básicas, a veces, como son los alimentos, o tan gratificantes, en otras,  como un acontecimiento cultural.
La ética no sólo debería aplicarse a los grandes movimientos, sino a toda la escala. Y huelga remarcar la importancia de no perder esa ética conforme se aumenta dentro de esa escalera, por la que a día de hoy -salvo plausibles excepciones- parece resbalar y caerse.

martes, 13 de diciembre de 2011

El telón (no) te hará ver

La vida se presenta como un escenario lleno de telones que hay que ir apartando para desvelar así las facetas que permanecían ocultas, en la ignorancia. Pero no sólo se trata de ir sumando velos quitados, sino que con cada nuevo descubrimiento se deben sumar a todos aquellos espacios en los que ya nos movíamos, rearticulando así la configuración del conjunto.
Por supuesto, no siempre gustan esos nuevos horizontes, y al retirar tímidamente el telón y vislumbrar lo que tras ellos aguarda, aflora el deseo de cerrar de golpe la tela, mirar hacia otro lado y no tener con ello que manejar esa nueva realidad que se quiere mostrar ante los ojos.
273/365 -The All Day Everyday Project, Hannes Beer



En este juego de velos destapados, cada uno tiene el control de su propio escenario y de lo que es más importante: del mecanismo de los telones. Se disfruta entonces del control sobre los decorados en los que nos queremos desenvolver. La combinación perfecta de caras de una realidad visiblemente deseable para cada persona. Un modo sencillo de ocultar aquello que ponga algún impedimento (o más bien que los quite) para ver que 'todo está bien', de mantenerse felices en la penumbra de la ignorancia, en beneficio último de nuestra dicha, sin que ningún telón maleante sea corrido para que en esa sentencia afirmativa se cuele un 'no' en su inicio.

domingo, 11 de diciembre de 2011

No necesitan universitarios...ni gente pensante en general

CERRAMOS las universidades
porque NO las necesitamos

Este mensaje es el que deberían haber vociferado los políticos españoles desde hace años. Pero al sistema le gusta mucho más la técnica de la sumersión, ya se ve con la sustracción minuciosa e intensiva de las arcas. O la nocturnidad, como la reciente modificación de la Constitución.
El mensaje indirecto de los gobiernos de las últimas décadas ha sido más que claro: no nos hacen falta personas formadas, con capacidad de innovación, con nuevas ideas que mejoren las estructuras actuales: NO! 
Maquillan esta total falta de interés manteniendo las universidades, porque la técnica de la apariencia exterior también es muy amiga de los que ahora se hacen llamar políticos. No les importa gastar miles de millones de euros -aunque la cifra se vaya ahogando a si misma cada vez con mayor celeridad-, aunque luego no utilice el potencial de esos a los que forma para su propio beneficio. El Estado forma al año a miles de universitarios para que éstos al poco tiempo emigren a otros países, desolados por las bajas expectativas de desarrollo profesional que se encuentran en este país, por no hablar ya del plano salarial. Migración, o huida, precedida de un período entre 2 y 5 años de contratos de prácticas, becas y demás tretas laborales para acabar realizando el trabajo de cualquier profesional, con salarios paupérrimos, sin cotización a la seguridad social, con la esperanza de una supuesta estabilidad que nunca llega como única motivación.
Que se atrevan a decirlo: no nos hacen falta universitarios, sólo perdemos dinero con ellos. Porque es lo que ocurre a fin de cuentas. Invierten en la educación de futuros profesionales cuyos conocimientos serán aprovechados por otros países que sí les ofrecen las oportunidades laborales que aquí son incapaces de articular.
Parece impensable que un país con la capacidad para formar profesionales no necesite de ellos. Pero con el modelo de desarrollo, la falta de ayudas para emprendedores y las pocas señales de motivación que emanan de los puestos de mando, deberíamos haber sabido captar hace muchos años esas indirectas que nos gritaban en un susurro: no necesitamos universidades.
"Cuanto más estudies mejor te irá en la vida"... parece oírse como un eco lejano que todo el mundo niega haber dicho y que nadie sabe muy bien de dónde vino. Y es que ni universitarios, ni con formación profesional, ni con estudios básicos. De hecho, si por muchos fuera, se cerrarían también las escuelas, enseñando las cuatro normas básicas, leer y escribir. O aquellas habilidades enfocadas a asimilar las manipulaciones de los poderes que nos gobiernan, cuya imagen ya se desenfoca sin llegar a saber si son antropomórficos o mercamórficos.
Pero la educación, la formación, llegar a las cotas altas del conocimiento, dominar nuestra conciencia, todo eso que desde el modelo establecido intentan borrar de las metas de la población, volverán a dibujarse y a remarcar sus bordes con claras líneas. Volverá... si no termina por huir.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Graduación mental

Miopes, hipermétropes, astigmáticos, con vista cansada -quién sabe si también aburrida- o con vista de lince, todos llevamos unas gafas puestas a través de las que percibimos el mundo. Mentales, entiéndase. Si no vaya encrucijada para los que llevan de por sí unas: por carencias oculares, molestia solar o moda.
El problema de que sean mentales, es que cambian con cada mínima modificación de nuestra forma de concebir el mundo, con cada nuevo dato, con cada nueva puerta que abrimos. Una graduación sutil pero escrupulosa que vamos readaptando para agudizar y maximizar las potencialidades de nuestras lentes. Únicas, irrepetibles y constantemente cambiantes.
Pensar que el de al lado está viendo con tu misma graduación no es iluso, es estúpido. Intentar ponerle tus gafas para que vea hasta donde alcanza tu vista, posible, pero costoso. No valdrá el mero hecho de comunicarle aquellas experiencias que te han hecho cambiar la graduación de tus lentes -que en el caso de hacerlo sólo se cambiaría de forma mínima-,  pues cada uno manifiesta en sus lentes de una forma peculiar y genuina sus vivencias. A veces nos empeñamos casi en arrancarle las gafas a nuestro interlocutor y meternos en el laboratorio para graduarles nosotros mismos las lentes. Pero ¡calma! Por la fuerza ni la letra ni la graduación entran.
Si no comprendemos esta variedad de lentes, creeremos estar hablando continuamente con un miope sin gafas sobre cosas que acontecen en el horizonte. Sin entender cómo no ven lo que se muestra tan enfocado ante nuestros ojos.
Y ni qué decir ya sobre el modo en que las tintamos. Pero la forma en que la luz nos molesta, o cómo la interpretamos, ya es historia para otra entrada. Pues, en ocasiones, esa graduación escrupulosa nos hace ver determinadas parcelas de la vida con tanta nitidez que preferimos teñirlas de algún tono pastel para que nuestra mente no se sature -o se preocupe- ante lo que hay ahí fuera.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Pensar para llegar a los hombros del gigante

La sociedad predominante, esa de la globalización, presume por tener un avance lineal y ascendente de forma exponencial. Un progreso imparable, que mira hacia delante, que siempre avanza. Y si se miran los datos, no indican lo contrario: stock de conocimientos, perfeccionamiento de las técnicas, mejoras que facilitan -o simplifican- la existencia. Los seres humanos saben más que nunca, sin olvidar los hombros de gigantes a los que se han encaramado para conseguirlo.
Tal es el desarrollo que, por el camino del progreso científico-técnico, se han derruido paradigmas fuertemente establecidos o modificado aquellos que se creían perfectos. Hasta el punto de concluir, incluso, que todo era relativo. Manuales de siglos pasados sobre biología, física o química son sucintos y desfasados contenidos (aunque no por ello menos necesarios) en comparación con los últimos descubrimientos contemporáneos. Pareciera que nada del pasado nos sirve, excepto algunos campos, ahora casi olvidados y denostados, como pudiera ser el de la filosofía.
En este plano, no es que los actuales desbanquen a los pasados, sino que se basan en las mismas ideas, llegando a ser, en ocasiones, más útiles los de antaño. Salvando las distancias, en cuanto algunas consideraciones de tipo religioso o la falta de universales, se podría decir que el avance en el campo del pensamiento no ha sido tanto como nulo, pero sí muy inferior al camino recorrido por su compañero científico.
¿No ha habido progreso en este campo o es que ya en los inicios de la historia de la filosofía se llegó a la cima de los saberes? Probablemente sea la primera, pues al igual que sucede en el campo científico-técnico, hasta que no se realiza un desabrimiento que amplía o modifica el paradigma de trabajo actual, esa realidad alternativa o superior se torna en cierto modo imposible.
¿Cómo se puede realizar un avance tan significativo y patente en el campo de la ciencia, sin que éste vaya de la mano de la evolución filosófica pareja, con objeto de responder a las cuestiones que los nuevos horizontes científico-técnicos puedan plantear?
Este desfase entre campos puede que sea el causante de los graves problemas a los que la sociedad se enfrenta hoy día. Por descontado que no para que no avance, puesto que ese freno que en ocasiones la ética ha puesto a la ciencia es fruto de dicha brecha entre ambas, enarbolando moralismos recalcitrantes.
El pensador - Auguste Rodin
Hay que desarrollar el pensamiento más allá de las utopías, de los corsés morales, de los límites artificiales, pensando que el techo aun está muy lejos de nuestras cabezas, si es que pudiera haberlo. Dejar de pensar en términos de beneficio material, y desviar la atención hacia la empatía y el altruismo, que a fin de cuentas son fuertes motores del pensamiento ético. Hay que pensar más, pero sin dejar de actuar. Hay demasiados conocimientos en este momento que se deben empezar a saber manejar. De nada servirá un coloso desde el que mirar el mundo científico, si las pautas básicas para saber gestionar todo ese conocimiento nos las hemos dejado en la suela de los zapatos. El pensador de Rodin, más de un siglo después de su creación, está más vigente que nunca. Quizá sea la representación material más certera desde la que partir y comenzar a reflexionar sobre el estado actual del mundo, para poder dejar la posición estática e iniciar el camino.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Caja de bombones en forma de corazón

Nos marcamos objetivos: imaginados, construidos y visualizados con una perfección tal que pareciera confundirse con lo real.  Por eso, cuando no conseguimos alcanzarlos, el fracaso puede sumirnos en la  frustración, con nefastas depresiones si esta concatenación de hechos se llegara a repetir de una forma recurrente.
Parece que la decepción y la ruptura de sueños (como objetivos ideados, deseados) sea inherente al ser humano. Y qué más humano (e inconsciente) que los sueños en torno al plano sentimental.
Nos fabricamos un ideal de lo que es, o puede ser, eso con lo que la sociedad se llena los abazones, contradictoriamente más que el alma, al pronunciarlo: el amor. Mil ideas alrededor de un concepto que parece vacío y banalizado, maltratado, degradado y estereotipado, hasta tal punto que puedes incluso comprarlo en el El Corte Inglés empaquetado dentro de una caja de bombones en forma de corazón. Todo un imaginario colectivo centrado en perfilar lo que es el amor con su máxima abstracción en ese corazón, del que algunos dicen que no es más que la visión de un trasero de una fémina cuando ésta está agachada (y probablemente tengan razón).
No sólo nos imponen representaciones del concepto, sino presupuestos de lo que de debe ser esa ceguera amorosa y la relación consiguiente.
El príncipe azul que debe salvar a la princesa, Richard Gere con el ramo de rosas subiendo por la escalera de incendios para besar a Julia Roberts, la flor como detalle universal para demostrar nuestro amor, convertir a la pareja en nuestra sombra para formar sólo uno. Decenas de clichés preestablecidos que se han ido conformando a lo largo de la historia, más bien reciente -al Romanticismo le debemos la concepción actual del amor, sin matrimonios de conveniencia de por medio-.
Fórmulas que quizá en la individualidad de cada pareja, en la práctica, no sean válidos. Puede que sean otros patrones con los que nos vistamos, aunque no estén catalogados dentro de las tendencias primavera-verano del amor de la sociedad de masas. Quizá no consideremos amor, romántico o enamoradizo esos comportamientos universales con los que nos bombardea el mundo audiovisual actual. Quizá no encontremos el amor porque nos empeñamos en vivirlo o en sentirlo como nos quieren hacer creer los demás que se hace.
Es más, si nos salimos del molde, probablemente nos acusen de insensibles. Que un post-it en un espejo nos llene más que una tarjeta prefabricada con versos de un desconocido, que prefiramos una canción heavy que te desgarre al último éxito del cantante melindroso de turno, que detestemos San Valentín y adoremos cualquier otro día, o que amar no signifique dependencia, pertenencia y exclusividad, son motivos más que suficientes para que no te dejen entrar en un selecto club custodiado por un Cupido venido a menos casi baccomizado por la depresión.
No está mal salirse del molde que nos venden de 'caja de bombones en forma de corazón'. No quedarse en la forma, en el envoltorio, ver más allá, no malinterpretar una acción porque a primera vista no encaje dentro de lo políticamente romántico. Hay más allá, hay diversidad de percepciones y cuando consigamos vislumbrarlo podremos desarrollar plenamente esa faceta a la que otros no llaman amor. No hace falta soltar sirope cada vez que andas, o convertirse en un aspersor de azúcar glas cada vez que está cerca tu pareja. Hay que romper el molde, hay más sabores aparte del dulce.
El poeta, y también cantante es sus ratos libres, Sabina, describe quizá esta ruptura del molde en su canción 'Contigo', con frases que lapidan cualquier estereotipo como en aquella de "Yo no quiero domingos por la tarde",  con la que cualquier estereotipado de turno se irritaría porque no ha querido escuchar la mejor parte de la canción, quizá porque las mariposas de su estómago agiten ruidosamente sus alas.

lunes, 14 de noviembre de 2011

¿Razón o Co-razón?

Dicen que tiene el corazón razones que la razón no entiende. Y no es para menos. Son entidades sepadaradas no sólo física sino funcionalmente. Sus respectivas escalas de valores se configuran atendiendo a necesidades o incluso deseos que bifurcan. Establecemos que la razón piensa, el corazón siente; que el uno estudia, que el segundo actúa; que el primero analiza, que el segundo sueña. Pero ¿porqué no pensarlos como complementarios y no como excluyentes? Puede que al final, en la práctica, estén uno al lado del otro, y el corazón sea el efecto colateral (secundario y no por ello menos necesario) de la razón, o quizá su complemento. 
La razón, ajena en cierto modo a las percepciones sensoriales, se enfrenta al reflejo que emite el espejo viendo así a su co-razón. La manía de dicotomizar nos hace perder el sentido global de nuestras configuraciones, convirtiéndose los antagónicos en complicadas diserciones duales de un mismo conjunto. Sin salir de esta perspectiva, y sin ver la imagen completa, no entenderemos las diferentes formas de actuación, pues no nos pararemos a analizar que las estrictas líneas de la lógica utilizadas por la razón pueden romperse por causas de fuerza mayor que podríamos explicar en base a la construcción de otras lógicas por las que se guía la pasión.

lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Cola, cabeza o trompa?

¿El mejor de los malos o el peor de los buenos? No hay una respuesta correcta sino una sincera, honesta, meditada. Porque hay que ser analíticos a la hora de saber dónde está situada nuestra persona. O más bien, dónde queremos situarla.
Es un lujo ser la cabeza de un grupo, pero hay que ser conscientes de qué estamos siendo cabeza: el número de personas que gestionamos, el tipo de problemas que tratamos. Pues podemos ser cabezas de ratón y señalar a otros con el dedo por ser cola de león. Sólo percibimos que somos cabeza, por tanto interpretamos que estamos por encima de aquellos que son 'sólo' cola, pero no recalamos en el asunto de que son cola de algo muy superior que lo que se puede controlar desde la 'cabecita' roedora. ¿Dónde querremos situarnos entonces, en la cabeza de ratón o en la cola del león?* -Desde luego en la cola antes que en las fauces-.
*[Entendamos la relación zoológica atendiendo a sus tamaños, como metáfora de grupo amplio o reducidos, más o menos elevados, dejando de lado interpretaciones más elaboradas que podrían derivar en meticulosos análisis semióticos que ahora no competen.]
Al ser el mejor de los peores, el tuerto en el reino de los ciegos, o cualquier comparación más que quiera hacerse, uno puede sentirse superior, seguro e incluso realizado. Pero, qué hay de superior cuando fuera de ese círculo hay grupos mucho más amplios y de mayor complejidad, cuando por la seguridad que nos proporciona nuestro estatus ignoramos que hay horizontes más amplios fuera de nuestro círculo. En ese estado, alzamos los mentones sin ver que poco a poco los pelos de la punta de la cola del león están acariciando nuestros bigotes de roedor. Los acarician, lo cual podemos ignorar o no, pero nunca menospreciar.
La cola es el final del león. A pesar de ello, y haciendo uso de otro dicho, hasta el rabo todo es toro. Por otro lado, se podrá ser el final de la cadena, pero si es el final es porque hay un principio. Ésto es lo que debemos valorar. Ser cola en un grupo te permite la posibilidad de llegar a ser la cabeza. Gozas de la oportunidad de mejorar y ascender en la escala. 
Mejorar, siempre, pero nunca conformarnos. Jamás la cabeza debe nublar nuestras inquietudes ni ansias de superarnos. Ser el mejor en una colectividad sólo debe dar alas para buscar otros 'animales'. Sólo cuando encontramos un contraste, un 'nivel superior' con el que poner en práctica o debate nuestros conocimientos y aptitudes, podemos seguir avanzando y afianzando lo ya adquirido. 
La cabeza de ratón no debe cegar, pero que la de león no nos impida ver un posible elefante que pase mientras dormimos plácidamente la siesta, acomodados por nuestra propia superioridad, y acaricie contra nuestros lustrosos bigotes de felino su cola. Nos podríamos perder lo interesante que resultaría llegar hasta la trompa.

viernes, 28 de octubre de 2011

Disolución cronotópica

La sabiduría popular ha afirmado siempre que el tiempo pasa con mayor o menor fugacidaz en función del disfrute del momento, pero ¿qué especie de fenómeno paranormal acontece cuando lo que no pasa es el tiempo?, como si en un espacio aséptico ajeno a la línea temporal se desarrollaran ciertos momentos de nuestra vida. Y es más, si a ésto le sumamos el contexto actual en el que el mundo se define bajo el paradigma de la globlalización, de la supresión de fronteras y por ende de la inmediatez, se hace necesario un cambio de percepción en cuanto a nuestra situación espacio-temporal. 
Parece imposible pero ocurre. Y no es nuevo - pues también estamos en la era de los 'grandes descubrimientos, que otros ya habían experimentado, al igual que el adolescente piensa que sabe más que sus progenitores-.
La pérdida de referencias no ocurre, quizá, de forma consciente ni diaria, pero en un instante determinado notamos cómo los cronotopos en los que estamos inmersos disuelven sus localizaciones y funden las agujas de sus tiempos. El espacio y el tiempo son definidos por el ser humano bajo sus creencias, percepciones e incluso pasiones. Anclados a definiciones que nos limitan, que nos encierran, vivimos intentando escapar de esas ataduras. Pero esa liberación, tal vez nirvana, sólo se da en torno a las circunstancias adecuadas.
Cuando el cronotopo lo determinan las personas y las relaciones que se dan entre ellas, y no es el espacio-tiempo quien determina a éstas, es cuando se llega a la etérea y casi ilusoria sensación producida por la situación de la conciencia al margen del discurrir clásico del espacio-tiempo. Que el encuentro lo manejen las historias compartidas, los temas de conexión, las miradas, las reflexiones mutuas, sin que en ello interfiera el tiempo que pasa, que ha transcurrido desde la última cita, o el espacio en el que ella se produzca, es cuando se puede llegar a un nivel de total entendimiento entre las personas que participan de ello.

A fin de cuentas, cuando no importa ni el tiempo ni el lugar, sino la persona, es cuando de verdad se es consciente de la importancia de esa relación en tu vida. Pero eso no es nuevo, ya se sabía. Lo nuevo es experimentarlo y además ser consciente. Desafortunadamente lo normal son los casos en los que estos matices se dejan escapar, evitando con ello que apliquemos la importancia necesario a esas relaciones que de verdad lo merecen. Pero tiempo al tiempo, y espacio al lugar, mientras que sea necesario, hasta llegar al punto en que esos términos se escapen de nuestra conciencia porque ya no sean importantes.

miércoles, 19 de octubre de 2011

ConTacto con la vida

Necesitamos saber que nuestro cuerpo no acaba en la punta de nuestros dedos, en la curva cóncava o convexa de nuestra cintura, en las plantas de nuestros pies. Saber que hay más allá, o más bien una continuación de nuestra piel, que toma forma en otro poro, en otra yema.
No sólo notar el contacto, sino el calor, y es más, la cercanía. Estirar los brazos y tener la certeza de que no caminamos en el vacío, que nos rodea algo más que aire y materia inanimada.
Es fácil e incluso puedes llegar a acostumbrarte a la asepsia dérmica. Lo que no sabemos es que cuanto más largo es este período, con mayor intensidad vuelven a brotar los sentimientos cuando por fin tu cuerpo se extiende por la superficie de otro. Empezando por el contacto entre las palmas de las manos y terminando por la torsión de cuellos al unir los torsos. Ya sea sexual o fraternal, el vínculo no se completa hasta que el contacto traspasa lo visual, lo emocional. Cuando consigue invadir el tacto cerrando así el círculo.
Las palabras, las miradas, los olores, incluso las conexiones neuronales compartidas con otras personas, quedan en un circuito incompleto que no se contempla en su totalidad hasta que se consigue sellar con el tacto, el cual realimenta y reaviva la conexión no sólo con la otra persona, sino con la conciencia propia de que seguimos con vida.

martes, 20 de septiembre de 2011

Hambre de zanahorias

Si todos fuéramos perfectos, la perfección no existiría. Pero cualquiera que se haya dado un paseo y haya entablado una conversación con un conocido, u observado la actitud de un transeúnte en la distancia, habrá podido comprobar que esa posibilidad debe quedar descartada. 
Para llegar a esta conclusión, es imprescindible mantener ese contacto externo, -con más personas que con el reflejo de uno mismo en el espejo-, pues la auto-observación podría llevar a conclusiones equivocadas. Ya se sabe, un hecho aislado no confirma una teoría, quizá ni tan siquiera un centenar, pero con este segundo grupo se podría fundamentar con algo más de rigor, que no exactitud, lo que se quiera teorizar.
Llegados a este punto, se debería descarta por tanto el primer enunciado condicional del texto (si todos los fueran). Más que como una utopía, como una somera estupidez, pues entraría en juego el segundo enunciado (no existiría). O tal vez sí, pero no la buscaríamos, pues sería evidente que ya la tendríamos. De hecho, lo más probable es que ni fuéramos consciente de ella. Por tanto, en ese caso, seguir hablando sobre la existencia o no de la perfección sería un discurso vacío sobre un elemento ignorado.
Pero la buscamos. La humanidad en su conjunto no es perfecta y por tanto la perfección existe. Se concibe  quizá como un ente que circunda nuestro imaginario colectivo, adoptando las más diversas formas en cada mente. Aunque tengamos un acercamiento tangencial a la idea de perfección, nadie parece conocerla cara a cara. O no de forma absoluta.  La perfección son metas, objetivos, estados que imaginamos en nuestra mente como los más adecuados y anhelados. Etapas a las que nos asimos deseosos cuando las alcanzamos, pero a las que, una vez encumbramos, parecemos perder y ver desaparecer como fina arena que se cuela entre los dedos de las manos. Es entonces cuando comenzamos de nuevo el camino hacia otra etapa en la que vemos de soslayo a la perfección, dirigiéndonos con ímpetu de nuevo hacia ella. Emprendemos una hazaña entonces sempiterna (casi heroica) de la cual no recordamos el punto de partida, y cuyo final desconocemos, pues parece alejarse cuanto más creemos acercarnos a él.
De este modo, la perfección se materializa  en forma de zanahoria enfrente de nuestras narices, pero lo suficientemente lejos de nuestras manos, mientras cuelga de un hilo que a su vez se ensarta en un palo que ignoramos llevar atado a la espalda. Jamás podremos tener conciencia de ese artilugio adosado, pero será el motivo por el que, gracias a nuestro hambre de perfección, sigamos en movimiento, en un círculo que nos provocará una continua e insaciable hambruna.

jueves, 7 de julio de 2011

Cuando el instante se vuelve eterno

Sólo un necio pretendería hacer infinito un instante. Es su escasez lo que intensifica la satisfacción de su recuerdo. Hacerlo perdurable en una línea de tiempo de sempiterna prolongación provocaría el tedio en los receptores del placer. Los sentidos se saturarían e ignorarían las sensaciones, convirtiendo a éstas en algo corriente, normal, incluso vulgar, un efecto que el cuerpo ya ni percibiría. Como un olor familiar que desde hace años hemos dejado de oler, como esa prenda ajustada que nuestro cuerpo, al final del día, ya identifica como parte de la dermis.
Un instante es un instante por su brevedad. 
Fugaz, intenso, inesperado.
Un espacio de tiempo sólo prolongable en el recuerdo. Ampliable, eso sí, en una dimensión onírica. Un lugar donde la capacidad de los sentidos no se agota, donde el placer se vuelve etéreo, insaciable, a veces incluso inabarcable. Escenario donde las percepciones de un instante se extrapolan hasta la eternidad. Una localización en la que los actores sólo necesitan de un segundo de realidad para interpretar un estallido de sensaciones que vagarán de forma recurrente, perenne y tal vez creciente en la memoria. Retroalimentándose de su propio recuerdo, luchando por continuar cobijados en la memoria y no cruzar la línea para ser condenados al encierro del olvido.

miércoles, 1 de junio de 2011

Re(en)caminando

Nada es definitivo, excepto la muerte (o eso nos atrevemos a enunciar,  pues ningún valiente ha osado volver de tan inhóspito lugar para desmentirlo). Por tanto, y dejando de lado esta excepción, se puede afirmar que nada es para siempre, sobre todo los parones, las ausencias, que donde hubo retuvo y si aun no se ha llegado al final de un camino, siempre puede volver a reanudarse, como es el caso. 
Pero antes de plantearse cualquier re-comienzo, es casi obligado justificarse, no retomar el proyecto como si el tiempo no hubiera pasado.
Meses de abandono, o quizá de barbecho de este blog, para cogerlo ahora con más vigor. Para continuar el camino emprendido una vez y así comprobar si se puede seguir alargando hacia nuevos destinos, lejanos horizontes, variopintos parajes. Avanzar durante largo tiempo o volver a detenerse con el paso de los meses, pero siempre avanzar para seguir descubriendo lo que depare la próxima senda.
Redefinir el objetivo, que no el objeto. Nueva etapa para canalizar la creatividad contenida en otras áreas de la vida. En definitiva, volver a exponer los pensamientos atrapados en una libreta, donde sólo se distinguen renglones escritos a pinceladas, anotados con rapidez para evitar que se evaporen, los cuales son extraídos para traducirlos finalmente aquí, a tecla descubierta.

lunes, 31 de enero de 2011

Cuando no hay solución, el problema no existe

"CUANDO NO HAY SOLUCIÓN, 
EL PROBLEMA NO EXISTE"

En una primera lectura podríamos interpretar este enunciado como una elusión en boca de un traje de chaqueta  mientras se sacude el polvo de la culpabilidad de las manos.Y de hecho, no sería la primera vez.
Pero al realizar una segunda lectura, alejándonos de la primera impresión dudosamente evidente, alcanzaremos nuevas percepciones de la misma frase, en un ejercicio de abogacía del diablo pensarán algunos. Y es que esta sentencia puede interpretarse de una forma mucho más positiva, sin recaer en las tendencias naif, ni situar nuestras percepciones en las horizontal sobre la que deben situarse nuestros pies.
Un problema es algo a lo que intentas buscar solución, si no la tiene, entonces no será un problema, será otra cosa. De hecho, el Diccionario de la RAE, así lo determina en varias acepciones de la palabra "problema":
1. m. Cuestión que se trata de aclarar.
2. m. Proposición o dificultad de solución dudosa. 
5. m. Planteamiento de una situación cuya respuesta desconocida debe obtenerse a través de métodos científicos.
Diferente es cuando se interpreta como una evasión de las responsabilidades ante un problema porque no se encuentra una solución adecuada. Reiteración pues, de la sacudida de culpabilidad antes mencionada.
Si todavía no se ve claro, o no se comparte la visión, apuntar que para intentar llegar al fondo de la cuestión deberemos despojarnos de las teorías filosóficas, las normas convencionales, y sobre todo de las ataduras mentales que nos llevan a mirar con orejeras a las circunstancias que se nos plantean.
Sigamos pues, con el desarrollo. Quizá se vislumbre algo de lucidez lumínica, no mental, en la interpretación eliminando la negación. Las negaciones absolutas no gustan. Bien. Quitémosla y cambiemos en pro de una mejor interpretación de nuestra oración en cuestión, para pasar a decir que "sólo hay solución si existe un problema" ¿mejoraría? Pareciera incluso que la lógica de esta sentencia es mayor o, dicho sea también, existente frente a la sentencia inicialmente propuesta.
La solución deriva de un problema que hay que resolver previo, por tanto si se encuentra una solución, será porque había un problema preexistente. Por ello quizá afirme el ánimo popular que "todos los problemas tienen solución", principio, que en último término afirmaría tanto el enunciado negativo como el positivo expuesto de problema-solución.
De todos modos, y dejando de lado las definiciones, así como las vueltas de tuerca, decir "cuando no hay solución el problema no existe", no  es un argumento absoluto o elusivo, simplemente, desde un punto casi irreverente y totalmente irónico, intenta cambiar el prisma de la negatividad causada por la impotencia.
Quizá no siempre se halle una solución al problema concreto, pero sí a las consecuencias.