lunes, 31 de diciembre de 2012

Que se colapsen tus sentidos

Nos hacen creer que tenemos la capacidad de elegir, que tenemos libertad. No siempre se cumple. Son muchos los condicionamientos externos que moldean o distorsionan los planteamientos iniciales que tenemos: el contexto personal, el momento histórico, las restricciones legales, sin contar con la situación económica o el estado de salud.
A pesar de todos esos condicionamientos, que pueden resultar una traba de primer orden, lo que sí es cierto es que siempre hay un margen para la elección, por lo menos determinados campos donde la libertad puede desarrollarse. Oportunidades de felicidad únicas o suplementarias, al fin y al cabo.
En esos pequeños recovecos, en decisiones que parecen mínimas, es donde debemos recapacitar y huir de las presiones que en otros ámbitos nos ahogan. Ahí podemos elegir. Es cuando somos responsables últimos de nuestra felicidad. 
A veces son contadas éstas oportunidades, por ello no merece la pena malgastarlas. Es necesario arriesgarse. Sopesar cómo maximizar nuestra felicidad en esos instantes, con esas decisiones, en esos espacios.
Para unos pocos halos de libertad que se nos presentan, analizar si lo que haces logra el nivel máximo de tu felicidad es prioritario. Sin pensar demasiado, sin buscar razones, simplemente sintiendo. Sólo hay una respuesta adecuada tras esa reflexión: que aquello que sí puedes elegir colapse tus sentidos, en un estallido de felicidad. Si eso no ocurre, deja de perder el tiempo.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Nueva lengua

A veces es instantáneo: llevas años preparándote, escuchándolo, oyendo hablar de él, pero nunca te has atrevido a hablarlo. Un día, sin forma de pararlas, las palabras llegan a tu boca. Y de repente te das cuenta de que has aprendido un nuevo idioma. 
Un sin fin de información se agolpa ante tus sentidos. Miles de datos a la espera de ser comprendidos, analizados, se cuelan a través de tus poros para incorporarse a tus conocimientos. Entiendes problemas que antes no entendías, conversaciones que anteriormente no podías escuchar, sonidos que ignorabas, sensaciones que creías inventadas, quizá, incluso, soñadas.
Tu mundo ahora parece más grande, o por lo menos más variado y con mayores posibilidades. Tu concepción sobre el mismo cambia. Tu forma de verlo se altera. Nueva información completa el mapa que creías finalizado.
Una saturación cognitiva que, sin llegar al colapso, te empuja hacia nuevos horizontes de percepción, otras inquietudes. Ansia por experimentar el mundo bajo la mirada que acaba de ser ampliada. Todo provocado por una nueva lengua. Un elemento que hace estallar todas tus creencias anteriores. Pero no, tal vez no se esté hablando aquí de lenguaje o tal vez sí. Quién sabe si fue esa nueva lengua quien hizo estallar todo.

domingo, 26 de agosto de 2012

La economía en tiempos de felicidad

Las hormonas de la felicidad hacen que nos olvidemos de la economía. Cuando éstas rondan por nuestra cabeza y sus efectos se dejan notar en nuestro ánimo, el altruismo inunda nuestra existencia.
No hay costes, no hay kilómetros, no hay horas, no hay pérdidas. Cualquier esfuerzo por la persona de al lado se torna placer: da igual lo poco que se duerma con tal de compartir tiempo con ella; los kilómetros que haga falta recorrer; la de tiempo que inviertas escuchando sus historias; el dinero de aquel regalo perfecto.
Pero en cuanto la hormona deja de ser segregada, los conocimientos en economía parecen abalanzarse en masa contra nuestro raciocinio. Es entonces cuando empezamos a razonar y racionar el uso que hacemos de nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestra paciencia. A menores niveles de felicidad, cada acto se convierte en una inversión que parece no dar el rendimiento deseado.
Y la economía termina de hacer su gran aparición en escena cuando la felicidad se torna odio, decepción o traición. Cada inversión realizada, que parecía ya saldada y olvidada, vuelve a la mente cual cobrador para ser acoquinada. No se perdona un segundo, un metro, un céntimo. Queremos pasar la factura de nuestras inversiones, a pesar de que, en la mayoría de los casos, esa extensa factura que la felicidad antes escondía, jamás llegará a ser cobrada. Vemos cómo toda nuestra inversión se pierde, se esfuma, sin dejar si quiera una retribución aparente en el primer momento.
Pero precisamente cuando la economía está más presente, es el momento de hablar de verdad en términos económicos mirando más allá de nuestras inversiones. Fijarse en la economía de la otra persona. Ver, no ya lo que invirtió en nosotros para llegar a una meticulosa comparación, sino, tal vez, las ganancias que dejará de percibir. Es el momento preciso para preguntarse: ¿has obtenido pérdidas tú con la otra persona en el pasado,  o será la otra persona quien empiece a partir de ahora a tener pérdidas con tu marcha?

domingo, 12 de agosto de 2012

Posibilidades de una piedra

Todo el mundo puede agacharse al suelo y recoger una piedra para tirarla a continuación: a un estanque produciendo más o menos saltos; a quien ose entorpecer su camino; al horizonte rompiendo así el silencio de su rabia. Lanzar, desahogar la fuerza, destruir. Son actos sencillos que no requieren de mayor esfuerzo que el que se imprime al lanzar la piedra.
Pero no todo el mundo estaría capacitado para coger esa misma piedra y pulirla, esculpirla. Hacer algo productivo con ella: una herramienta, un muro, una obra de arte.
Bastante menos gente estaría dispuesta a ser constructivos a base de una piedra que ha sido lanzada por aquellos primeros en un acto de deliberada destrucción.
Y con muchos menos se podría contar para que le ayudasen a uno de forma desinteresada a sacar algo productivo de esa piedra.

No todo el mundo está predispuesto a construir, a colaborar, a participar en el refuerzo positivo. Requiere de templanza, paciencia, conocimiento, reflexión, práctica, tiempo... Es más costoso a corto plazo construir que destruir, y mucho más cansado física, anímica y mentalmente. Pero todos tenemos la potencialidad de llegar a cualquiera de los casos anteriormente expuestos.
Es ahí donde se marcará la diferencia: en las capacidades que queramos desarrollar, en nuestros planes de futuro.
Lo que hagamos con las piedras que nos encontramos definirá en lo que convertiremos el entorno en el que nos encontramos, demarcará las capacidades que nos identificarán.

Y quien dice una piedra, dice un cuchillo, una red social, un clase repleta de alumnos, una sociedad que se gobierna, una familia que se forma, un gesto que se manda. En cada movimiento se inserta la posibilidad de cada persona de desarrollar las potencialidades propias, así como las del objeto, concepto, elemento, ser que se porte entre las manos, siendo responsables últimos, en conjunto, del entorno que se genera.


sábado, 12 de mayo de 2012

Trueque altruista

La Naturaleza parece mantener todo bajo un equilibrio místico. Ciclos, compensaciones, intercambios, ósmosis. Un devenir organizado, dentro de lo que a ojos poco analíticos pareciera ser un caos de vida. Imprime ese afán de equilibrio en todos sus procesos, en todos sus organismos.
Ni siquiera el ser humano, su hijo díscolo, se queda fuera, a pesar de que esta especie mal copiara este afán de equilibrio.
Intentó mantener estos procesos de intercambio, de compensación, pero el desarrollo del clan humano llegó a tal punto, que los flujos cayeron bajo la regulación del dinero. Ya no había intercambio, sino compra-venta. Todo podría ser tasado, todo podría ser comprado, vendido, con la única condición de reducir su conjunto a una cifra.
Dejó de percibirse el intercambio como un equilibrio natural para pasar a ser un interés comercial. El trato no era posible si una de las dos partes no ingresaba una cifra monetaria pactada. Ya no valían las aproximaciones, los intercambios a otro nivel. Por el camino se perdía el trueque, única vía posible para el altruismo. La recompensa no podía ser otra que un puñado de monedas.
Nos hemos desconectado de los equilibrios naturales y no vemos más que las acciones en función de sus recompensas económicas. A veces se intenta salir de este molde, siempre ante el peligro de ser fagocitados por aquellos otros encorsetados.
No se atiende al intercambio de emociones, de sentimientos, incluso de energía. El valor pecuniario recubrió a todo acto y objeto de una laca impersonal, despojándonos de todos esos intercambios que esconden tras de sí.
Foto: Susana Molina - Dulzura
No es el dar sin esperar nada a cambio, sino todo lo contrario, actuar para obtener aquello, más allá del dinero, que nos dé una razón para seguir. En este sentido, incluso, ser egoístas, egoístas para la satisfacción personal. Actuar porque creemos que es lo que tenemos que hacer. Actuar porque sabemos que tendremos una recompensa personal. Actuar porque nuestras acciones repercutirán de forma positiva en terceros y quién sabe si en cuartos y quintos. Actuar porque sabes que un día alguien actuará de la misma forma contigo, o en base a los mismos criterios.
Y no, el alquiler no se paga a base de recompensas personales. En el supermercado no se puede pagar en caja con buenas intenciones. Un empleado no trabaja a cambio de que le ingresen sonrisas en la cuenta bancaria. Pero ese es el problema, que hay cosas que no cuestan (ni deben costar) dinero, y son aquellas que no somos capaces de ver. Aquellas que ignoramos y nos dejan de parecer importantes.
Hay intercambios en los que no debe intervenir un valor pecuniario, sino algo mucho menos terrenal, pero quizá más fácil de conseguir. Las mayores satisfacciones las pueden dar esos pequeños gestos que no tienen intención de sacar la cartera para llevarse a cabo.
El fallo en el que nos vemos inmersos es pensar que podríamos comprar una conversación, una sonrisa, el reconocimiento, una mirada, cuando todas estas cosas se consiguen en un intercambio, dentro de esos trueques altruistas, que el dinero nos veló para no ver. El fallo está en pensar que no necesitamos esos gestos, esas sonrisas, esos reconocimientos, esas miradas, como recompensa a nuestro devenir, como moneda de cambio, dentro de los trueques para el desarrollo de nuestra satisfacción personal.

viernes, 27 de abril de 2012

Comunicación vacía

No conversamos, al igual que no escuchamos. Hablamos, oímos, pero no hay comunicación. Actuamos, desplegamos nuestras mejores artes en la escena, esperando a que la comunicación no verbal o los mensajes entre líneas lleguen a la mente de nuestro interlocutor cual luz reveladora.
No hay comunicación, pero cuando vemos este hecho constatado, al ver que la otra persona no ha captado ese mensaje encriptado, a veces casi telepático, nos frustramos y no nos explicamos el porqué de esa falta de comunicación, siendo tomada ésta, además, como una grave falta de atención por parte de los demás sobre nuestro discurso.
Nos dan miedo las palabras, nos dan miedo las reacciones provocadas, las réplicas indeseadas, la sinceridad entendida como atrevimiento, las malinterpretaciones. Pero ¿qué peor malinterpretación que aquella interpretación que ni siquiera llega?
Somos creyentes. Confiamos en que, a pesar del fatídico medio utilizado, el mensaje llegará. O, en un mayor acto de fe, que los deseos de ese mensaje serán complacidos por la otra persona sin haberle dado al botón de enviar.
Sabemos tan bien lo que queremos, conocemos tan bien lo que queremos de los demás que olvidamos que los otros aún no han podido acceder a esa información. De ahí que las comunicaciones fallen. Intentamos imprimir con tal fuerza esos deseos en nuestra frente que creemos imposible que el otro no pueda llegar a leerlos. Pensamos que los demás conocen información, o que peor aún, que aun conociéndola seguirán nuestros designios.
Falta comunicación. Mucha. Indudablemente. Pero seguimos en el intento de comunicar mediante mensajes hormonales, reacciones epidérmicas, ondas cerebrales, ... olvidando que nuestra capacidad para comunicarnos verbalmente hizo que el resto de nuestras formas expresivas se vieran mermadas, no a la hora de emitirlas, sino a la hora de traducirlas.

lunes, 9 de abril de 2012

Me niego a enamorarme según la RAE


Las temáticas de amor en las canciones, en las películas, contadas de viva voz, en panfletos, en la Historia... nunca han captado mi atención de forma fervorosa. Quizá por el vestido de merengue que las adorna, por lo manido de los arquetipos, o tal vez porque toda esa concepción de las historias oídas no se corresponden con mi concepción sobre el amor. 
Cierto rechazo autoimpuesto, lo admito, hacia eso que no se cansan de repetir llamado 'amor'. Rechazo al que definiciones como las que recoge la Real Academia Española no ayuda a reducir. Es más, refuerza aún más mis teorías sobre lo anquilosado de los 'moldes de corazón'.
Las concepciones transmitidas por todas esas historias de amor, así como las manifestadas por muchas personas del entorno chocan frontalmente con mi visión particular. Pero, tras una visita rápida al diccionario, ratifiqué que, en efecto, éste recogía el sentir general en sus múltiples acepciones en la entrada amor:

amor 
(Del lat. amor, -ōris)
  • 1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
  • 2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
  • 3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.
Paremos aquí un momento porque hay material suficiente:
Dentro de estas definiciones de amor se manejan conceptos como propia insuficiencia, necesidad, entrega, deseo de unión, nos completa... aderezado para hacer más agradable el trago con otras como sentimiento intenso, alegría, energía, afecto.
¿Condena la concepción socialmente aceptada sobre el amor a considerarnos incompletos, necesitados y perdidos, con la promesa de encontrar alegría, atracción y energía?¿Será éste el origen de los fracasos de las parejas?


Pero sigamos:
  • 4. m. Tendencia a la unión sexual.
  • 5. m. Blandura, suavidad.
  • 6. m. Persona amada.
  • 7. m. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.
  • 8. m. p. us. Apetito sexual de los animales.
  • 9. m. ant. Voluntad, consentimiento.
  • 10. m. ant. Convenio o ajuste.
  • 11. m. pl. Relaciones amorosas.
  • 12. m. pl. Objeto de cariño especial para alguien.
  • 13. m. pl. Expresiones de amor, caricias, requiebros.
En este segundo grupo ya se encuentran términos más carnales como sexo, apetito; delicadezas como caricias, esmero, suavidad, cariño; o referencias contractuales como relación, convenio o ajuste.

Ni unas ni otras (me) convencen. 
¿El amor es una necesidad?¿Buscar lo que te falta?¿Buscarlo además por la necesidad de completarse a uno mismo?¿Entregándonos a una relación por nuestra insuficiencia natural?¿De verdad?
Una necesidad que incluye el sexo dentro de esas carencias, o lo que es peor, lo identifica como parte del todo, como unión necesaria entre amor y sexo. Una insuficiencia que nos lleva a la entrega, total -se supone-, ya que lo necesitamos. Un convenio al que se llega por necesidad de complementación. Un reajuste dentro de nuestras carencias debido a esa dependencia, eso sí colmado de caricias y mimos, con derecho a alguna que otra relación sexual.
Una mezcolanza de ideas dentro de la que no se sabe muy bien dónde situar al huevo y dónde a la gallina. ¿Necesitamos el amor porque nos complementa? ¿Porque es la única forma de tener sexo? ¿Porque la alegría se obtiene de éste? (¿éste referido al amor o al sexo?) ¿Lo aceptamos como una inevitabilidad porque a pesar de ser un convenio nos da la fuerza para vivir? ¿Para vivir necesitamos estar completos? ¿Y es que acaso no lo estamos sin amor? ¿Será entonces el sexo lo que nos completa y por ello nos entregamos a los requerimientos de esa relación de necesidad, porque es lo que nos alegra? ¿No será tal vez el sexo esa necesidad de la que hablan, disfrazada de amor? Pero de ser así, ¿es el amor el único camino para obtenerlo?

Batiburrillo de ideas que no hace sino mezclar todos y cada uno de los conceptos que la RAE expone como definiciones posibles de amor. ¿Mezcla mía, o es que sin querer, a pesar de exponerse en 13 puntos diferenciados, se intenta desglosar todo lo que implica el amor en todas esas concepciones?
He juntado 'churras con merinas', como se diría. Sí. Adrede, a raíz de la exposición sin sentido de 13 definiciones de amor derivadas de una visión de total subyugación, disfuncional, destiladas, tal vez, de cientos de historia trasnochadas, donde una tras otras se han dejado atrapar por la definición más desesperada, dependiente e irracional del amor.
Si eso es amor, me niego a enamorarme. Aunque no puedo decir que no lo haya hecho alguna vez en esos términos. Será mejor desechar tal embrollo de definiciones para autodefinirlo, puede que no con palabras.


Por cierto, la última definición, no me olvido:
  • 14. m. pl. cadillo (‖ planta umbelífera).
 Las personas que caminan por el campo evitan toparse con estas plantas, pues acaban pegadas a los pantalones y es muy difícil deshacerse de ellas... Aunque esta definición ya se desvía del centro de esta entrada o tal vez no. Quizá termine de definir la concepción expuesta en los 13 puntos anteriores.



domingo, 25 de marzo de 2012

La delgada excusa entre querer y poder

La frontera entre el 'quiero' y el 'puedo' en ocasiones se traduce en una delgada línea, a la que muchos rehusan llamar por su verdadero nombre: excusa.
No hay responsabilidad en las relaciones sociales, ni muchos menos voluntad de tenerla. No hay compromisos adquiridos de forma férrea, sólo contratos verbales no vinculantes. 
No importa cuántos acuerdos se hayan decidido, cuántos méritos se hayan logrado. Todo pende de recuerdos y sentimientos sin revelar más allá de las efímeras palabras pronunciadas.
Pareciera que sólo hubiera que cumplir con las obligaciones y responsabilidades que son firmadas de forma material (y legal). Así, las relaciones sociales quedarían en el más angustioso desamparo -a excepción de aquellas que consiguieron ser amordazadas por las manos de la legalidad-. Resistiendo, a merced de las apetencias cambiantes de cada persona, vehiculadas por los contratos verbales, la palabra dada y las consideraciones personales, que en ocasiones son inexpresables más allá de los actos.
Se promete, se pacta, se acuerda, se esputan palabras hiladas hacia un interlocutor sin el más nimio compromiso de cumplir con lo hablado. La falta de voluntad para afrontar las responsabilidades se torna débil. Tan débil que hay que maquillarla. Tan vergonzante que hay que ocultarla.
Del dicho al hecho... a veces ni hay trecho porque se olvida por el camino. Tal es la falta de voluntad, que ésta deja su hueco hasta en la honestidad para reconocer el verdadero motivo del incumplimiento de lo pactado.
La facilidad aportada por la sinonimia aplicada al par quiero-puedo resuelve entonces todo problema de falta de voluntad tanto en el compromiso como en la honradez. El 'no puedo' es un recurrente disfraz para el 'no quiero', a la vez que una educada careta para la cobardía de quien lo pronuncia.
No hay voluntad por los compromisos adquiridos, o tal vez respeto por la otra parte vinculada, o quizá de lo que se carezca es de la integridad para afrontar la falta de honestidad. 

domingo, 11 de marzo de 2012

Un 11 más en el calendario

Un aniversario no es más que una fecha en el calendario, una señal que indica el paso de un año más. Una estructuración del tiempo que, si bien se basa en unos criterios astronómicos -en la cultura presente-, no deja de ser una construcción social.
Una hoja del almanaque marcada con una equis para dotarla de un sentido específico. Recordatorio en medio de la rutina que obliga a salir del comportamiento habitual. Un día en el que volcar todos los sentimientos enclaustrados el resto del año para hacerlos manifiestos durante esas 24 horas concretas. Ya sea para rememorar alegría o tristeza, conmemorar o condenar, sólo hay un día preciso en el que poder llevarlo a cabo. La filia del aniversario, del día grande.
El éxtasis del amor un día 14, la adoración de la madre el primer domingo de mayo, el recordatorio a los fallecidos en el inicio de noviembre. Por no hablar de las fechas personales y específicas de cada persona: cumpleaños, aniversarios de boda, fallecimientos y un sin fin de anualidades. Miles de efemérides que no hacen más que quitarse protagonismo unas a otras porque, a lo largo de los años es inevitable que los acontecimientos se sucedan, que la vida siga forjando la historia.
Desde el recuerdo íntimo, cada persona escogerá y rescatará aquellas fechas clave, aquellos aniversarios que recordar, con independencia de lo que siga pasando en la historia de los demás, pues no es más que eso: una serie de días significados desde la valoración personal, aunque a veces tienda a hacerse colectiva, pero ni mucho menos llegue a convertirse en algo universal.
Hay todo un año, toda una vida para recordar los momentos importantes de cada uno, sin importar que un calendario lo recuerde. 
En 24 horas no se puede expresar el dolor o la alegría que dejan ciertas fechas, no ya en el año de una persona, sino en el resto de su vida. Los sentimientos fluyen a lo largo del tiempo. Pero la tristeza de unos no debería nublar la posible alegría de otros, ni viceversa. Cada uno siente los días (estén marcado en el calendario o no) como mejor sabe, puede o entiende. Los días son significados de forma personal, intransferible e inalienable. Ningún aniversario debería frenar la vida de nadie. Nadie debería decidir sobre la celebración o no de ningún aniversario.

jueves, 1 de marzo de 2012

Se busca compañía para la madurez


Madurar es como pagar el alquiler: cuantas menos personas de tu entorno más próximo participen en él, más caro resulta pagar mes a mes.
No podrás culpar a esa persona con la que querrías compartir piso pero no tiene independencia económica (o personal) suficiente para poder mudarse contigo. Como tampoco podrás hacer nada por aquella otra que, aun viviendo contigo, no paga a final de mes. En este caso tiene dos opciones: entenderla y ayudarla para que poco a poco pueda llegar a final de mes y seguir compartiendo piso contigo, o decidir cambiar de compañero de piso, uno que pague, y seguir visitando al otro en otros ámbitos, aceptando que vuestros encuentros en otros pisos podrán ser posibles e incluso enriquecedores, pero que (por el momento) no podréis vivir bajo el mismo techo.
Las pérdidas de algunos compañeros siempre son dolorosas o incluso decepcionantes, por más compañeros que lleguen detrás para alquilar esa habitación que se quedó libre. 
Pero hay otra opción que puede llegar a ser más desoladora. En ocasiones no es fácil que los de tu alrededor puedan pagar el piso en el que estás viviendo tú. En tal caso, la opción pasa por continuar pagando el alquiler solo, con el alto precio que supone eso a la hora de llegar a fin de mes. Un esfuerzo que si bien se torna pesado, no deja de dar gratificaciones tanto de forma individual a corto plazo, como de forma grupal en un posible futuro, que no siempre es tan lejano como pensamos. Por ello no hay que temer a vivir solo alquilado en un piso, sino a compartir alquiler en un piso que no te corresponde.

domingo, 5 de febrero de 2012

La gratuidad de la desconexión

Tenían razón. Cuesta admitirlo, pero tenían razón: lo que es gratis no se valora. Pasa desapercibido. No merece la pena.
No nos paramos a pensar el esfuerzo que hay detrás, la de personas que habrán intervenido en el proceso, desde su inicio hasta llegar a nuestras manos o psiques.
Lo que no se paga, no se valora. Pero se olvida el concepto de trueque en este mundo donde todo puede comprarse y venderse (con dinero). Olvidamos que hay otras formas más sangrantes de pago. Desechamos la idea de que, al final, todo conlleva un intercambio, un tipo de relación ya sea simbiótica o parasitaria, que interviene en todo acto que realizamos para con lo otro, para con los demás.
Todo movimiento cuesta. Ningún acto está aislado de una proceso anterior en red, hasta llegar al estado actual. Nada viene dado de forma gratuita, libre de conexiones. Por ello, fuera o dentro de la lógica del libre mercado, jamás se debería considerar como gratuito aquello que escapa a los garras de la pecunia, por sus condiciones volátiles.
Podemos no saber el origen de algo, podemos habérnoslo encontrado en mitad del camino, pero no por ello estamos en derecho de menospreciaron, robarlo o destruirlo. Sí, hay una cierta entereza personal que nos debería incitar al respeto, a la apreciación, a la consideración.

Imaginemos algo en mitad del camino, algo que no nos interesa, que no nos llama la atención, no sabemos cómo ha llegado hasta allí, ni quién pudo dejarlo en medio de nuestro camino. Alguna vez oímos hablar de él, pero nunca nos interesó, de hecho nos decantamos en su día por otras opciones. Jamás lo usaremos, ni creemos que podrá interesarle a nadie de nuestro entorno. No nos va a servir para nada. Es más, no sabemos cómo la gente que hace uso de él, puede sacar algún beneficio. Si fuera por nosotros lo destruiríamos, lo apartaríamos del camino, pues no responde a nuestras necesidades, principios o intereses. Aunque bien es cierto que tampoco interfiere en ellos, pero eso poco nos importa. Da igual, no nos vemos implicados con él. Es entonces cuando decidimos apartarlo de una patada para esconderlo, total, ¿quién podría quererlo? Y si a nosotros no nos es necesario, ¿qué sentido tiene mantenerlo ahí, en medio del camino, a la vista de todos?¿Verdad?
Ahora imaginemos que eso que nos habíamos encontrado en medio del camino era un derecho. La cosa cambia ¿no?
Pues no parece importar para quienes creen que los derechos no valen nada. No cotizan en bolsa, no se ven envueltos en la vorágine de las épocas de rebajas, no se pueden empaquetar para regalo, no se pueden pesar, transportar.
Mirar desde el egocentrismo; construir el mundo desde nuestra única perspectiva -ya que debe ser la posible y necesaria-; arramplar con el respeto; desconsiderar los esfuerzos de los predecesores; imponer. Estas son las premisas que nos llevarán a apartar cualquier cosa del camino que escape a nuestra comprensión. Robándole todo ápice de importancia, porque encontrárnosla en medio del camino, desconectada, no nos ha costado nada.

lunes, 30 de enero de 2012

Controlar, amoldar, vigilar

Control. 
Atrapa. A unos más que a otros, pero siempre para activarlo en otros desde la poltrona. Filia de voyeuristas poseedores que se torna en fobia de receptores subyugados.
Capacidad de control. 
Tenerla a cualquier nivel causa un halo de fortaleza que se expande según se magnifica el campo de aplicación. Sustentarlo o detentarlo. Merecido o violado. Sentirlo fluir satisface los deseos más sadistas que se puedan presentar. Da igual que quien tenga el control sobre eso otros no tenga la capacidad necesaria para su manejo. Esa capacidad, sin mirar en quién, se aferra a las manos como una enredadera y se adhiere a la persona cual parásito con piel de siervo, absorbiendo hasta el último ápice de sentido.
Control sobre los demás.
Quien lo posee no duda en utilizarlo. No tiembla al hacer ostentación de su posesión. Despreocupándose de su correcta aplicación, lo pondrá en práctica porque lo posee, por la simple potencialidad de imponerlo. Si no lo hace, lo llamará concesión para con los otros.
Controlar.
Poder hacerlo tiene un efecto tan perfomativo que se interioriza, se legitima de forma subjetiva. La sensación casi se convierte en poco tiempo en algo tan necesario como el aire, algo naturalizado, un proceso fisiológico más. Y tanta tensión causa su ausencia que el simple hecho de que se arrebata se torna en drogadicción buscando una nueva dosis, una herida abierta expuesta a una cura con alcohol etílico. Un golpe imposible de encajar.
Amoldar.
La interiorización casi naturalizada en quienes lo ejercen por mandato superior inamovible, hace que a quienes se le impone lo acepten como una causalidad inevitabilidad. A veces no desde una persona de forma directa, sino desde un instrumento que se presenta inocente. Cualquier elemento puede tornarse colaborador silencioso, aunque diseñado para someter a las intenciones de quienes los dotan con tal papel. 
Vigilar.
Ejercer ese papel para hacer efectivo un patrón acomodado a las intenciones de quienes controlan. Evitar la desviación de un camino prepautado. Un único camino posible para los objetivos establecidos.

Controlar, amoldar, vigilar. Los pasos del plan trazado.


jueves, 19 de enero de 2012

No a la sopa polisémica

Siempre me gustó Mafalda, sus ideas, su ironía, su humor constante para tragar cualquier dificultad. Sólo hay una cosa que sí que me gusta, pero que ella detesta:la sopa. Aunque en los últimos meses la polisemia en letras capitales y acotadas por puntos me esté causando un gran rechazo hacia el término.

La histeria por la ruptura del modelo totalitario de la minoría contrasta con la satisfacción de la mayoría que se encuentran en su mejor momento, en cuanto a posibilidades de accesibilidad al conocimiento, que ha vivido en su historia.
¿Desde cuándo la difusión de conocimientos es un delito? ¿Desde cuándo la cultura no ha querido ser difundida y conocida allende las fronteras -muros que por otro lado hoy en día se diluyen-? Por su puesto que hay que luchar contra el lucro a costa del trabajo y esfuerzo de los demás, pero por eso es necesario legislar. No en base a las creencias del pasado. El mundo no es el que era, ya es otra cosa. No es válido definirlo en términos ya obsoletos. Hay que redefinirlo. Por ello se requieren nuevas regulaciones a los flujos del conocimiento pero basados en nuevas estructuras que se adapten a las lógicas actuales.
Es muy importante por ello que se vigile de forma cuidadosa quién nombra este nuevo mundo envuelto en un proceso constante de cambio. Y mucho más, controlar cómo se nombra.
Regulación sí, pero en beneficio de todos: protección para creadores, accesibilidad para el resto. 
Pensemos en términos de difusión. Repensemos. Reconstruyamos. Hay una forma. En el consenso y en la apertura de miras está la clave. Un nuevo modelo, o mejor, nuevos modelos de aplicación.
Todo esto no es nuevo, pero se hace necesario difundir el mensaje (que además éste no está sujeto - de momento- a ningún derecho de autor). No ya para que penetre en la sociedad, sino para que esos que quieren seguir teniendo el control de los contenidos sean conscientes de que sus años de regulación autoritaria han terminado.

Algunos amigos de la blogosfera están llevando a cabo el cierre temporal de sus páginas (como Andrés León con su página sobre la actualidad tecnológica y las nuevas tendencias en este campo), a modo de protesta por las nuevas leyes que pretenden regular este espacio virtual. Este espacio de las posibilidades nunca antes imaginadas. 
Desde "A tecla descubierta", agradezco este tipo de acciones, ya que por la filosofía del blog me veo forzada a no hacerlo, de momento. Espero que no tenga que llegar el día en que tome esas medidas (o que los de arriba la tomen por mi, por 'saltarme las normas que ELLOS han impuesto). Confío en la sensatez de esos de arriba, aunque sólo sea por las pérdidas económicas que una ley de ese tipo les generaría y nos tomen en cuanta a estos de abajo, para poder estar todos en el mismo nivel.
Ilustración de Eduardo Salles, publicado en Letras Libres (Diciembre de 2011) y posteado en su página www.cinismoilustrado.com

martes, 17 de enero de 2012

Necesitas un reflejo


Necesitas respuestas. No sólo las utópicas a las cuestiones ontológicas, sino respuestas a tus actos. No hay acción desinteresada, pues aquella que no espera respuesta también espera un tipo de respuesta igualmente. Necesitas una consecución de tus actos. Necesitas respuestas. Ver aunque sea de las más variadas formas, una respuestas a las acciones que vas realizando. Un estímulo de vuelta. Un efecto. Sea cual sea, y manifestada de la forma que sea oportuna. No puedes admitir que tus actos no modifican tu entorno, no deberías admitir que tus movimientos no tienen que generar respuestas. Los pasos que vas dando, aportando, compartiendo, deben tener un sentido, una consecuencia, una modificación en los que te rodean.
Buscas retroalimentación. Porque ese punto también es importante. No eres un mero catalizador. No puedes pretender que esas respuestas no te afecten. Afectan, e incluso la falta de respuesta -por más que no sea esperada- puede ser más efectiva que cualquier avalancha de estímulos de regreso. Para bien o para mal. Pero no dejarán de moldear tus pasos siguientes.
Necesitamos respuestas, señales, modificaciones. O esperar a que nada de eso ocurra, que ya es una consecuencia como las primeras. Necesitamos un reflejo con el que seguir guiando los pasos. Las acciones de los otros nos sirven de espejo. Cóncavo, convexo o esmerilado, pero ahí están. Devolviéndonos una imagen con la que generar nuestra próxima acción. No como un corrector,  no como un adulador, sino como la luz que nos da la pista para nuestra siguiente decisión en el camino.

jueves, 12 de enero de 2012

La experiencia mediada y perdida del 'Te quiero'

"Te quiero mucho", una oración más que conocida, manida y maltratada  por el uso inapropiado que se le da en ciertos casos. Tres palabras (a veces dos o tal vez más, en función de los ambages escogidos), casi naturalizadas e instauradas en nuestra sociedad occidental como algo básico, necesario y hasta útil.
Esa sociedad que parece gestarlas, nos enseña estas palabras mágicas. Pero no sus esfuerzos no quedan ahí, nos hace interiorizarlas, casi como algo innato, que nos venden como atribuibles a un selecto grupo de personas, de quienes podemos y debemos esperar oírlas. Hasta los 'mercados', omnipresentes, nos ofrecen mil variedades, formas y precios ajustados a todos los bolsillos para expresar esa tríada casi mágica.
Es -o eso se pretende- una oración demandada, obligada y natural.
Pero cuando una persona, una -por supuesto- de ese selecto grupo marcado por la sociedad como indicada para decirlo, te dice "te quiero mucho", y tú, no sólo te sorprendes porque es la primera vez que recuerdas habérselas oído -aunque las supieras sin que las hubiera pronunciado-, sino por la agudeza que experimentan tus sentidos por la resonancia que causan, por la aceleración de conexiones neuronales a las que se llega en busca de algo parecido en el resto de tus experiencias, y por el desencadenamiento de reacciones psíquico-físicas que experimenta tu cuerpo, es cuando caes en la cuenta de que esas tres palabras no son algo tan establecido, esperable ni mucho menos cotidiano.
La información que circula a nuestro alrededor ha mediado demasiado en nuestras experiencias, nos han dicho tantas veces cómo 'son' las cosas, que dejamos esas experiencias en manos de lo que nos han contado. Con un cierto aturdimiento de no saber si se ha soñado, se ha vivido, o simplemente se ha escuchado una experiencia concreta.
Cuando desconectas de lo que 'se supone que ocurre', comienzas a recuperar esa experiencia pura (tantas veces investigada en los campos pertinentes) que un día las informaciones que nos median intentaron arrebatarnos, explicándonoslas como vacuna de lo que sería, o como sustituto de lo que jamás sentiríamos. Una experiencia pura que no es comparable, explicable y cuya verbalización en dos, tres o más palabras, parece una burla de lo que en realidad esconde.